Año XIII, nº VIII
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Enero
2008 |
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EL
MISTERIO DE LA ISLA MISTERIOSA Y SU TESORO
(I parte)
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INTRODUCCIÓN
Galeones con tesoros: un
patrimonio aparentemente
olvidado
Quiero agradecer la oportunidad
que esta magnifica revista me ha
brindado al poder escribir este
articulo sobre la desaparición,
en noviembre de 1605, de cuatro
de los galeones de la armada de
Tierra Firme mandada por Luis
Fernández de Córdoba y del
tesoro hallado por Simon
Zacarías en una isla del Mar
Caribe.
Los mares de nuestro planeta tierra están plagados de
barcos naufragados repletos de
riquezas que siguen siendo
patrimonio de los peces más que
de la cultura. No hay que
olvidar que oro y plata fueron
los metales de los dioses y así
siguen siendo. Para no tocar
este desmesurado “patrimonio”
nada mejor que “inventar” la
arqueología subacuática y su
dogmático credo. ¿Que hacemos
para que esta riqueza sigua allí
para las generaciones venideras?
¡La arqueología y los
arqueólogos! Ellos serán los
guardianes, basta con hacerles
creer que todo lo que tanga más
de 100 años (y a veces menos) es
cultura y ciencia. Serán fieles
y vigilantes y además baratos,
porque desde que nació esta rama
de la arqueología siempre
escuchamos,: ¡no hay dinero!
Pero el mar está cada vez más
enfermo y los recientes casos de
vertidos de combustible
demuestran claramente y
rotundamente que el mejor sitio
no es el fondo del mar, sino los
museos.
Soy un gran amante de la
cultura marítima y del mar,
pues, nací en Trieste, ciudad
volcada al mar y desde 1997, año
que comencé a tener una página
Web que indudablemente fomentó
en mucho esta cultura, he dado
prueba de ellos. En marzo del
año pasado salió publicado mi
primer libro Galeones con
tesoros
http://www.mmoya.com/america/titulos/galeones/index.html que espero sea el comienzo de muchas
más publicaciones.
Finalmente, solo me queda
augurar que a este mi primer
articulo en Escafandra les sigan
muchos más, siempre en pro de la
cultura de nuestro amado (y
castigado) mar.
________________________________________
GALEONES SAN ROQUE, SANTO
DOMINGO, SAN AMBROSIO
Y NUESTRA SEÑORA DE BEGOÑA
(Varios lugares)
EL MISTERIO DE LA ISLA MISTERIOSA Y SU TESORO
La primera pista de la historia del tesoro
de la isla Misteriosa (que nada tiene que ver
con la famosa de la novela de R. L. Stevenson)
la encontré en 1983 en el legajo 2699 de la
sección Indiferente General del Archivo de
Indias. En él hay varios documentos r
relacionados con Gaspar de los Reyes Palacios
que tuvo parte activa en la saca de la plata de
la almiranta Nuestra Señora de las Maravillas
de 1656. Alrededor de 1670 se le preguntaba qué sabía
de una isla Misteriosa donde había naufragado un
galeón. Este dato lo fiché y guardé por si acaso
y allí quedó. En 1985, con ocasión de una visita
que hice en Madrid, compré en la librería del
Ministerio de Cultura que en aquel entonces
estaba situada en la central Gran Vía, el
Catalogo de mapas y
planos de Santo Domingo del Archivo de
Indias. En la página 90, año 1688, se describe
una isla Misteriosa hallada por Simón Zacarías
entre Cuba y Cartagena de Indias. Fue otro dato
más que añadí al fichero sobre la historia
vinculada a esta isla. En varias ocasiones
intenté alcanzarla, pero a pesar de haber
llegado muy cerca, no lo logré. Vayamos por
pasos, y conozcamos esta increíble historia
desde su comienzo, allá por el año de 1605.
A lo
largo de todo el mes de octubre
de 1605, en el puerto de
Cartagena los preparativos de la armada y flota de Tierra
Firme fueron incesantes. Tras la
feria de Portobelo (Panamá),
donde las transacciones
comerciales movían millones de
pesos, la plata que venía de
Potosí, las esmeraldas y el oro
se iban acumulando para ser
embarcados y llevados para
Sevilla, puerto de destino de
esta flota, entonces mandada por
el general Luis Fernández de
Córdoba y Sotomayor.
La componían los siguientes
nueve barcos: 1 Galeón capitana
San Roque 2 Galeón almiranta
Santo Domingo
Finalmente, el día primero de
noviembre, los barcos zarparon
hacia La Habana, último puerto
americano antes de emprender la
singladura de cruzar el
Atlántico.
Determinar la carga que venía en las bodegas
y entre los fardos de los
pasajeros es tarea ardua, pues
el contrabando, que en esta
época podía llegar al 250% de lo
declarado, hace imposible
barajar cifras. Por experiencia
sobre barcos llegados
anteriormente, operaciones de
rescate efectuadas sobre otros
galeones naufragados y varias
denuncias de contrabando, se
puede determinar que en el
San Roque venían 8 o 9
millones de pesos. Casi la misma
cantidad en la almiranta y
seguramente 3 millones en cada
uno de los demás galeones.
Componían la carga metales
preciosos, monedas de plata, de
oro, barras de plata, tejos y
lingotes de oro, esmeraldas,
joyas en las más variadas
formas, planchones de oro, piñas
de plata y discos de oro.
Pasados al sistema métrico
decimal, los 8 o 9 millones de
pesos del San Roque debían de
alcanzar las 200 y las 240
toneladas.
Recíbanse
y pásense en cuenta a los jueces
oficiales de la real hacienda de
Su Majestad de esta ciudad de Panamá y provincias de Veragua,
1.568 barras de plata, chicas y
grandes, ensayadas y marcadas
con la marca real y
contramarcadas con la coronilla
y cifra que dice Potosí y
otra que dice el nombre del rey
don Felipe, nuestro señor, y
por letras Potosí,
contramarcadas con la letra “B”
de valor de 729.895 pesos, 6
tomines y 8 granos de plata
ensayada de a 451 maravedíes
cada peso, que por mano
de los oficiales reales de este
reyno, gobernador Juan Pérez de
Lezcano, tesorero el
dicho Juan de Ybarra, factor
Alonso Sotelo, remitieron y
enviaron a los reynos de
España en la real armada,
general Luis Fernández de
Córdoba y Sotomayor, que se
despachó del puerto de la
ciudad de San Felipe de
Portobelo esté presente año de
1605 registrados en siete
partidas. La una con 245 barras
en el galeón nombrado San
Roque, capitana de la dicha
armada, maestre de plata Ruy
Gómez de Lisboa; otra de
323 barras en el galeón Santo
Domingo, almiranta, maestre de
plata Diego Ramírez Daza;
otras 200 barras en el galeón
nombrado Nuestra Señora de
Begoña, maestre de plata
Pedro Muñiz de Salto; otras 200
… en el galeón San Ambrosio, 200
… en el San Cristóbal,
200 … galeón San Martín, 200 …
galeón san Gregorio...1
La correspondiente partida de 1.568 barras que
fueron enviadas por los
oficiales reales de Lima y que
pertenecían a la real hacienda,
tenía que ser entregada en
Sevilla al presidente y
oficiales de la Casa de la
Contratación para que el rey
dispusiera su uso. Normalmente
eran amonedadas en la casa de la
moneda de Sevilla cuyo edificio
se hallaba a escasa distancia de
la sede de la Casa de la
Contratación. Además de esta
partida, en los barcos de la
Armada de Tierra Firme de 1605
venían otros conceptos de la
real hacienda, como por ejemplo:
San Roque
4 2 barras de plata, la primera
con ley de 1419, pesa 77 marcos,
5 onzas y media y vale 214 pesos
y 4 tomines ensayados; la
segunda de ley de 1490, 64
marcos y 10 onzas y vale 212
pesos y 7 tomines ensayados.
5 Además 6 tejos de oro que
valen 502 pesos, 5 granos de
buen oro.
6 En otra partida 28 barras de plata que valen 6.677
pesos y 8 reales.
7 4 tejos de oro, uno de 16
quilates que vale 294 pesos 6
granos, uno de 19 quilates que
vale 348 pesos, 2 tomines y 7
granos, uno de 21 quilates y 2
granos que vale 103 pesos 1
tomín, uno de 17 quilates que
vale 545 pesos, 1 tomín y 1
grano.
En otra partida 6 tejos de oro,
otra de 8 barras de plata que
valen 3.857 pesos y 3 granos,
8.420 patacones por valor de
7.480 pesos 4 reales, otra
partida de 117 barras chicas y
grandes de la santa cruzada que
valen 50.304 pesos, 5 tomines y
8 granos; otra partida de 13.327
pesos en monedas; otra de 822
pesos 7 reales; y otra de 1.377
pesos 5 reales2.
Como de costumbre, terminadas las operaciones de
carga de todos los caudales y
mercancías, los barcos tomaron
rumbo para el puerto de
Cartagena de Indias, penúltima
escala indiana antes de
emprender el viaje para Sevilla.
En esta ciudad por cuenta de la
real hacienda embarcaron 72.509
pesos y 10 granos de buen oro de
22 quilates y medio y 610 pesos
de esmeraldas3.
Acerca de la carga de particulares he buscado
inútilmente algunos datos, pero
no encontré absolutamente nada.
Como curiosidad, existen
documentos de carga bastante
completos del San Roque
del viaje de vuelta que
emprendió con anterioridad a
1604.
En la relación de viaje que
escribió un tal Juan Rodríguez
Aguilera desde Jamaica con fecha
28 de noviembre de 1605 sobre el
viaje de esta flota, se cuenta
que la armada zarpó de Cartagena
el martes, primero de noviembre
de vuelta a La Habana. Navegaron
todo el día y la noche con
viento suroeste y rumbo
norte-noroeste. El día siguiente
amanecieron sobre Canbadé,
mudando el viento al sur. Todos
los barcos siguieron con el
rumbo norte-noroeste, hasta el
domingo siguiente por la noche,
que pasó a soplar del suroeste.
En ese momento se hallaban en 16
grados escasos y al este de las
Víboras (actual Pedro Bank,
Jamaica). Al salir el sol cargó
de tal manera el viento que se
vieron obligados en sacar las
bonetas, y con los papafigos de
los trinquete y mesana navegaron
al este hasta la medianoche, que
cambió a norte muy violento y
con aguaceros que logró
arrebatar el trinquete y
bauprés. Vista la situación, se
vieron obligados a cortar el
árbol mayor. Tras haber alijado
gallineros, cajas y dos piezas
de hierro colado de las seis que
tenían, quedó la nao estanca. A
lo largo de este día no fue
avistado ningún galeón y
tuvieron que navegar con
bandolas. El martes día 8 fue
avistado el San Martín
que también venía desarbolado y
por estar el viento en calma no
pudieron hablarse. El día
siguiente divisaron el San
Gregorio también desarbolado
y de común acuerdo decidieron
los tres dirigirse para Jamaica
distante como 20 leguas. Añade
Rodríguez que el patache había
zozobrado, salvándose la gente
en el San Gregorio. A
modo de presentimiento dice
tener la mala sospecha de la
capitana, porque cuando cargó la
fuerza del viento estaba junto a
ellos y de repente desapareció
sin que se volviera
a
verla4.
El 18 de noviembre llegó a
Cartagena el San Cristóbal
hecho trizas, y según el
testimonio de Jerónimo Álvarez
que en el venía embarcado,
pudieron llegar de milagro a
puerto. Sin árbol mayor,
trinquete, cebadera ni mesana,
con solo una bandola,
lastimado el timón y toda la
popa anegándose, llegando el
agua 17 palmos sobre la
carlinga destruyendo todos los
pañoles y los bastimentos.
De suerte que pudieron llegar el
18 a puerto, porque ya no tenían
qué comer. Toda la carga del
barco fue descargada y puesta a
buen recaudo5.
Más al norte, el gobernador de
Cuba, Pedro de Valdés, en una
carta que escribió a su monarca
el 15 de diciembre, le decía
haber recibido un aviso del
capitán Juan de Haro desde
Jamaica. Embarcado en el San
Gregorio, navegando con buen
tiempo, el domingo 6 de
noviembre, en altura de 15
grados y medio, entre los
bajos de Serrana y
Serranilla, les sobrevino al
anochecer un tiempo malo con
viento sureste que a las 2 y
media de la noche saltó a norte
y con tanta fuerza que se
llevó el trinquete tres codos
por debajo de la gavia. Al
amanecer se hallaron solos y
teniendo que recoger a 27
sobrevivientes del patache de la
armada. Poco más tarde avistaron
al San Martín. Ambos
barcos fueron navegando a la
vuelta del este-sureste para
buscar a la capitana y demás
navíos de la flota y el tercer
día descubrieron la nao San
Pedro (en la que venía
Rodríguez Aguilera). Termina
diciendo Haro que los galeones
que faltaban seguramente debían
de estar ya en Cartagena o en
Honduras6.
José Carlos Millás fue un
eminente estudioso del fenómeno
de los huracanes y meteorología
en el área del Caribe. Personas
que frecuentaron el Archivo de
Indias desde los años 50, me
contaron que Millás tenía la
costumbre de pasar sus
vacaciones de verano
investigando en este archivo. En
1968 fue publicado su importante
libro titulado Hurricanes of
the Caribbean and adjacent
regions, 1492-1800
7, que también contiene importantes
datos sobre naufragios.
Aparentemente, para 1605 no
parece que haya conseguido
información de primera mano,
puesto que menciona la obra de
Fernández Duro Armada
Española, tomo III, página 488
que, como explicaré más
adelante en este capítulo, tiene
mucha confusión en lo tocante a
las pérdidas de esta armada.
Millás indudablemente reconoce
que hubo una tormenta en la zona
del banco Serranilla. Volveré a
mencionar este autor por su
destacada labor en el estudio de
los huracanes, fenómeno
inseparablemente asociado a los
naufragios en la Carrera de
Indias.
Volvamos ahora nuevamente a 1605. Las semanas
pasaron y nada se sabía de los
cuatro ricos galeones
desaparecidos, tragados por
el mar según la expresión de
algunos. Se barajaron todas las
posibilidades: unos los daban en
Portobelo, otros en la provincia
de Veragua, pero los meses
fueron pasando y de los barcos
¡nada! Lo que más extrañó fue el
hecho que la tormenta duró
solamente una noche y algunas
horas de la mañana y la capitana
fue vista por última vez dos
horas antes del amanecer,
existiendo el temor que los
otros tres barcos hubiesen
corrido la misma suerte al ir
navegando con rumbo oeste
corriendo con los papafigos.
En repetidas ocasiones fueron
enviados barcos a reconocer los
peligrosos bajos de la Víbora,
Serrana y Serranilla. El 24 de
enero de 1606 fue enviado un
patache desde Jamaica a
reconocerlos, pero no hallaron
nada. El primero de abril
escribía desde La Habana al rey
el general Francisco del Corral,
avisándole que el día 28 de
marzo llegaron a este puerto los
galeones San Martín,
San Gregorio y otra nao que
venían de Jamaica. Avisa también
que se acordó mandar dos
fragatas a los mencionados bajos
además de tener que ir a la zona
del otro llamado Roncador. Las
órdenes que el capitán Juan
Martínez de Irureta y el alférez
Pedro Tosta recibieron del
gobernador de Cuba fueron las
siguientes8:
1) Deberán ponerse en altura de
28 grados o 28 y medio hasta
situarse en posición norte-sur con el cabo de San Nicolás y
desde aquí embocar entre este y
la punta de
Mayán.
-
2) Pasados
estos cabos irán en demanda
del cabo Tiburón (actual cap Carcasse, Haití) apartados de la costa, hasta
ponerse con el bajo de la
Víbora, este-oeste a su
barlovento.
-
3) Estando en
su cabeza por la banda del
este, irá una de las
fragatas costeándolo por la banda del sur y la otra por la del
norte. Con poca vela
recorrerán todos los bajos,
mirándolos con mucho cuidado
y sin que las dos fragatas
se pierdan de vista.
-
4) Si una de las dos topara
con rastro o señal de la
pérdida, hará seña a la
otra.
-
5) Llevarán
buzos para descubrir lo que
topasen y los harán bucear
para que miren, llevando consigo recaudo de
lo que hallasen.
-
6) Siendo oro y
plata lo que venía en
aquellos galeones y demás
cosas de riquezas que traían, procuraran que los buzos saquen
la mayor cantidad hasta
cargar las dos
fragatas, teniéndose que
inventariar todo antes de
ponerlo en los pañoles.
-
7)
Ninguna cosa deberá ser
ocultada ni se permitirá que
sea tocada por los soldados o
por la gente de mar.
-
8) En las
joyas, perlas, piedras
preciosas y cadenas de oro o
piezas de plata labrada añadirán particular cuidado tanto en
inventariar con claridad
cuenta y razón, como
en evitar que se oculte algo
por ser géneros tan caros.
-
9) Una vez
hechos los inventarios y
puesto todo en los pañoles,
se cerrará todo con cadenas y candados, sin que se pueda
sacar nada, debiéndose
también tomar posición
del lugar para poder volver
con facilidad.
-
10) Advirtiendo
que son cuatro los galeones
que faltan no deben
conformarse con encontrar el tesoro de uno. Todos han de
ser buscados poniendo
muchísimo cuidado, ya
que es muy grande el
valor de cada uno de ellos,
y como es imposible que
estén los
cuatro en el mismo sitio,
sin que dieran con
diferentes bajos, los
buscarán a todos.
-
11) Si no
se hallase nada en las
Víboras, se volverán a
juntar en la cabeza por la
banda del
oeste.
-
12) Tomaran
luego la derrota de la
Serranilla poniéndose en
altura de ella para que no
la puedan errar. Llegados a
la cabeza de esta y por la
banda del este, la bajarán
-
por la banda del norte y del
sur echando las barcas al
agua para ver si entre los
bajos de
ella hubiera algún rastro o
despojo de los galeones y de
hallarse algo se seguirá
-
la
orden referida.
-
13) No hallando
nada en la Serranilla, se
volverán a encontrar en el
bajo de la banda del oeste para seguir en busca del bajo
de Roncador en la misma
forma que con los
demás.
-
14) No hallando
nada en él, se pondrán en
sonda del cabo de Camarón
(actualmente en Honduras), navegando hasta reconocer
las muchas islas y cayos que
hay, y como en
algunos de ellos hay indios
se les preguntará si saben
algo. Proseguirán luego
hasta situarse en los
16 grados y medio o 17 para
reconocer la isla Guanaja y
la de San Martín,
lugares donde se podrían
hallar algunos despojos de
mástiles o cajas procedentes
de los galeones, por
llegar hasta allí las
corrientes en las que se
podrían haber
perdido los mencionados
barcos.
-
15) Desde la
isla de San Martín volverán
a este puerto sin entrar ni
tocar en otro. Habana, 2 de abril de 1606
Firmado: Pedro de Valdés
Las instrucciones dadas son un
tanto gravosas para los dos
oficiales encargados de
encontrar los restos de los
barcos. Yo diría que la
intención superaba la realidad,
pues, si hoy en día realizar una
búsqueda en los mencionados
lugares es tarea titánica,
imaginémonos en aquel entonces
donde la única fuerza motriz era
el viento. El bajo de las
Víboras, llamado hoy en día
Pedro Bank, se halla ligeramente
al sur, hacia el sur-oeste, de
la isla de Jamaica y tiene casi
90 millas de largo y 20 de
ancho. Más pequeño es el banco
de Serranilla, con unas 17
millas por 15 y todos los cayos
e islas que menciona el
gobernador. Era tarea de meses
poder encontrar algunos restos,
si bien lo más probable hubiera
sido que a los pocos meses aún
se pudieran ver las estructuras
o costados de los galeones
asomando de algunos de estos
bajos o cayos, como
efectivamente así veremos.
En otra carta del Valdés escrita
el 2 de abril de 1606 al
monarca, le avisa que en
Cartagena se estaban esperando
las tres fragatas que fueron
enviadas para reconocer la costa
de Tierra Firme y que no
encontraron nada. En el Escudo
de Veragua (Panamá) apareció un
bauprés entero con su jarcia y
velamen con jimelga y que fue
reconocido como perteneciente a
la capitana o almiranta, porque
ambas los llevaban con jimelgas.
Al aparecer entero se juzgó que
el barco se debió de abrir por
el medio. Añade Valdés que estos
cuatro galeones que
desaparecieron eran los más
fuertes y apertrechados de la
armada, y que por esta razón
eran los más ricos9.
Llegados a julio de 1606, el 27
Valdés vuelve a escribirle otra
carta al rey desde La Habana.
Esta vez la firman también el
general de la Armada de Tierra
Firme Francisco del Corral y el
de la de Nueva España Alonso
Chaves Galindo. En ella
comunican todas las diligencias
hechas para encontrar a los
cuatro barcos, que fueron
buscados en Tierra Firme,
Honduras, Campeche, Nueva España
y Florida sin encontrarlos y
dándolos por perdidos. Añaden la
imperiosa necesidad de dinero
que había, pues las pérdidas en
caudales fueron muy grandes10.
Un bonito día de agosto salió de
Cartagena la Armada de Tierra
Firme de 1606 al mando del
general Jerónimo de Torres y
Portugal. Tras algunos días de
navegación se halló la almiranta
próxima al banco de Serrana por
la banda del oeste. Cuando
estaban sondando se toparon con
algo que parecía ser un navío
que aparentemente estaba entero
como a nueve brazas de
profundidad. Inmediatamente fue
avisado el almirante para que
mandase atravesar el barco y
poder reconocer de qué se
trataba, ya que parecían ser las
escotillas de un navío, pero el
almirante no quiso detenerse,
ordenándole a todos que no
contaran nada de lo sucedido.
Pero el gobernador de Cuba llegó
enterarse y mandó que se
investigara el asunto. El 11 de
diciembre hizo comparecer al
capitán de mar y guerra Miguel
Pérez de Amezqueta que venía
embarcado en el galeón San
Bartolomé para que declarara
acerca de lo ocurrido. Dijo que
habían zarpado de Cartagena el
20 de agosto y como ocho o nueve
días después dieron con los
bajos que le llaman la Serrana.
Al amanecer, hallándose en siete
brazas de la parte sur del bajo,
fue avisado que estando
sondeando Cristóbal Sánchez,
ayudante de piloto y un
marinero, este descubrió un
navío en el fondo donde iban
sondando; fue entonces llamado
el almirante para que lo viese y
comprobase que estaban en la
Serrana, primero en siete brazas
y después, al alejarse del bajo,
en nueve. Dijo Pérez que el
almirante exclamó: “anda que no
puede ser, que os engañáis” y en
lugar de detenerse mandó izar la
vela de la gavia adelantándose a
la capitana. Al estar sondando
por la banda de estribor, que
era por donde salía el sol, lo
visto no podía ser la propia
sombra del barco reflejada en el
agua, como afirmó luego el
almirante11.
Hay que considerar que por estar
este bajo en la ruta entre
Cartagena y La Habana, con
anterioridad a 1605 seguramente
muchos barcos se perdieron en él
sin que necesariamente haya sido
uno de los cuatro de la armada
de Luis Fernández de Córdoba. No
en vano el nombre de Serrana
viene de Pedro Serrano, que
naufragó en aquel inhóspito
paraje hacía 1526. Llegada esta
noticia a la corte, ordenó el
rey a Valdés que dispusiera para
que los buzos negros de Santa
Marta fueran a reconocer el
lugar. La misma orden fue
enviada al gobernador de esta
ciudad hoy parte de Colombia12.
Finalmente, el 15 de enero de
1608 y siempre desde La Habana,
los oficiales reales de Cuba
avisan que la armadilla que fue
a buscar los galeones (otra más)
a la Serranilla y a la Serrana,
no encontró ni rastro de ellos y
añaden que todo ocurrió porque
“por nuestros pecados había
permitido Nuestro Señor su
perdición en el mar”13.
Hasta aquí la información que en
1986
recopilé con relación a la
desaparición de estos cuatro barcos. Hay que añadir que el
insigne autor Cesáreo Fernández
Duro, en su Armada Española14 arma un buen lío con
estos barcos, pues primero los
da como perdidos en la
Serranilla en 1604, cuando esta
armada llegó a España, sin
novedades, en diciembre de 1604.
La verdad es que, muchos
documentos dan la impresión que
hubiera llegado en 1605, como
los que están en el legajo de la
sección de Contratación numero
4.920, pero no es así. Ya en
1605, Duro da como perdidos
estos mismos barcos en la costa
venezolana de Cumaná y
finalmente en 1606 como viniendo
con la flota unida de Nueva
España y de Tierra Firme con 8
millones de pesos. Es posible
que le confundiera un documento
de 1612 que se refiere a que
Tomás de Cardona estaba obligado
a bucear estos cuatro galeones
naufragados cerca de Cumaná15.
La isla del tesoro
En 1616, Trujillo (de Honduras),
era una aldea con pocos
habitantes y puerto de salida de
la Armada de Honduras que con
cierta regularidad zarpaba para
España con los productos de
Centro América. En realidad más
que una armada era una flotilla,
normalmente compuesta por
capitana y almiranta y,
esporádicamente, por algunos
barcos más. La ciudad domina una
hermosa bahía que daba cierto
abrigo los barcos, pero esto no
fue razón suficiente para
impedir que muchos naufragaran
en sus cercanías.
La información que seguidamente
voy a relatar, era de difícil o
casi imposible lectura hasta el
año 1989, y solamente con
posterioridad y gracias al
proyecto de digitalización del
Archivo de Indias, que comenzó
en 1988, fue posible leerla, si
bien con ciertos esfuerzos. El
texto fue escrito en escritura
procesal y las letras del recto
y verso de cada página,
coincidiendo estar en la misma
altura, debido a la humedad que
fue expuesto el papel del
legajo, se han sobrepuesto. Con
la digitalización, se puede
eliminar casi la totalidad del
problema y leer el contenido en
su integridad. Son en total 181
folios y forman parte de la
sección Guatemala, legajo 14 del
AGI.
El 3 de agosto de 1616, estando en ella
el oidor de la real audiencia de
Guatemala, Gaspar de Zúñiga como
visitador general (inspector) y
verificando con ojo vigilante
los intereses de la corona,
llegó una barca con unos
españoles harapientos,
esqueléticos y más muertos que
vivos a bordo. Esto no podía
pasar inadvertido al oidor, que
inmediatamente mandó que se
tomaran las pertinentes
declaraciones. El primero en
declarar fue Blas Yáñez, capitán
de la nao nombrada Nuestra
Señora de la Consolación,
que había venido desde Castilla
(España) en conserva de la
Armada de Tierra Firme y que
venía de la isla de Margarita
(Venezuela). Una vez descargado,
hicieron rumbo para Cumaná,
donde cargaron tabaco y otros
géneros y finalmente zarparon
para España con la intención de
volver a incorporarse con la
Armada de Tierra Firme. Llegados
a Jamaica (entonces colonia
española), hallándose sobre la
punta del Negrillo fueron
atacados por una urca flamenca y
apresados. Posteriormente fueron
llevados hasta el cabo de
Gracias a Dios (actualmente en
Honduras) y fueron despojados de
la carga, velas, municiones y un
ancla. Cuando estaban surtos
sobre el dicho cabo se unió al
grupo un tercer barco de piratas
ingleses. Estando cerca de la
costa, fueron a hacer aguada con
una barca y una vez en tierra,
un flamenco se unió a ellos,
mataron algunos de los piratas y
se escaparon con intención de
llegar a Trujillo. Más tarde
fueron atacados por indios
belicosos que mataron a dos
españoles. Desde allí decidieron
que una parte del grupo siguiera
por mar para buscar socorro en
Trujillo, esperándolos los demás
como a catorce o quince leguas
de esta ciudad sobre un río
grande (seguramente el Aguan).
Dijo el declarante que el barco
flamenco era de porte de unas
140 toneladas y llevaba ocho
piezas de artillería y 36
tripulantes. El inglés era de 80
toneladas, 26 tripulantes y 6
cañones. Tenía Yáñez “poco más o
menos 40 años” y era natural de
Sevilla.
El segundo en declarar fue Marcos Ferrer,
también natural de Sevilla. Dijo
que había salido de Cumaná el 14
de mayo con el barco de Yáñez
para dirigirse a La Habana. El
26 de junio, estando sotavento
de Jamaica y sobre la punta del
Negrillo, vieron una vela
dándole caza, y a las dos horas
los abordaron y apresaron. Luego
los llevaron hasta el cabo de
Gracias a Dios. El resto de lo
declarado no se diferencia en
mucho de lo anterior de Yáñez.
De igual manera declaró
Cristóbal Sánchez, vecino de
Triana en Sevilla, calafate del
barco de Yañez. Sánchez
solamente añadió que entre las
personas que se quedaron donde
el río grande, había un tal
Simón, piloto.
Llegados a Trujillo los que se habían quedado
en el río grande, el 8 de agosto
compareció ante el oidor Simón
Zacarías, flamenco, juntamente a
otras seis personas, entre estos
algunos esclavos negros que
venían en el barco de Yañez.
Consta por las declaraciones que
Zacarías venía en la embarcación
flamenca que apresó al
Consolación sobre la punta
del Negrillo. Cuando los
españoles mataron a los piratas
en la expedición que fue a por
agua, el flamenco no tenía con
qué volver a su barco y siguió
con el grupo que quería ir a
Trujillo. Inmediatamente ordenó
Zúñiga que fuera puesto en la
cárcel para “que sea castigado”.
La cosa no estaba para bromas.
La acusación de piratería y,
posible herejía, significaba la
horca.
Este mismo día comenzó a
recopilar la información contra
el flamenco el siempre diligente
oidor. Los varios testigos,
grosso modo
declararon todos lo mismo:
una vez muertos los piratas de
mano de los españoles, Zacarías
optó por su propia voluntad ir
con ellos hasta Trujillo. Era
nativo de Amberes y ejercía el
oficio de piloto.
El día siguiente fue Zúñiga a la cárcel a
tomarle confesión al flamenco.
Dijo ser cristiano y católico.
Juró por Dios nuestro señor,
Santa María y por la señal de la
cruz. Declaró ser natural de
Amberes en tierra de Brabante,
que es del rey nuestro señor (de
España). Es de edad de 40 años,
bautizado y cristiano por la
gracia de Dios. Dijo que había
salido de Amsterdam seis meses
antes. Entonces le preguntó
Zúñiga, ¿por qué siendo vasallo
del monarca su señor cristiano y
católico se fue a tierra de
luteranos? A lo cual contestó
que todos los mercaderes de
Amberes tienen trato común con
Holanda.
Seguidamente le preguntó
si era verdad que fue con el
barco de corsarios por la costa
de Jamaica y sobre la punta del
Negrillo. Contestó
afirmativamente.
Admitió otros hechos que lo
imputaban en otras
comprometedoras preguntas.
Una pregunta interesante fue:
por qué si es católico andaba
con un barco de corsarios
robando, a lo cual respondió que
fue como piloto desde Holanda
para la Palma con licencia del
duque Mauricio y desde allí a
Garachico (Tenerife) a cargar
vino y ya de vuelta, por un
temporal que les dio, arribaron
a Inglaterra, donde el capitán
del barco vendió la carga y le
mandó el dinero a su mujer en
Holanda. Volvió a tripular el
barco con flamencos e ingleses y
por haber sospechado Zacarías y
el carpintero de a bordo que
querría ir a robar, los esposó y
encerró hasta llegar a la isla
de Madeira.
No debió de impresionar mucho al
oidor la confesión de Zacarías
puesto que volvió a llamar a
declarar algunos de los testigos
que lo hicieron con anterioridad
y poder así verificar mejor
cuanto había contado o “cantado”
el flamenco. La verdad era que
si bien estuvo con los corsarios nunca dio
la impresión de formar parte de
su grupo, y no dudo en ayudar a
los españoles llegando a darles
comida. Estas declaraciones
siguieron confundiendo al oidor,
que ante las dudas siguió
inquiriendo. Todos los testigos
dijeron que habían escuchado que
Zacarías manifestó ser cristiano
y católico y que estaba en el
barco del corsario porque fue
forzado venir en él.
Pero el bueno de Simón Zacarías,
a pesar que estaba contando la
verdad, la contaba camuflando
otros hechos de gran
trascendencia que por el momento
los tenía bien guardaditos
(podríamos decir que estaba
contando verdades a media).
Al final, el 26 de agosto,
decidió Zúñiga enviar la causa
al presidente de la real
chancillería de Guatemala para
que decidiera sobre el asunto.
Como dice el proverbio “las
cosas de palacio van despacio”,
el 22 de septiembre y desde San
Jorge del Valle de Olancho, a
unos 100 kilómetros de Trujillo,
donde se trasladó el oidor, uno
de los españoles que venían en
la Consolación llamado
Juan Rodríguez Moreno, le dijo
al oidor que un inglés le había
contado que el flamenco Simón
Zacarías sabía de una isla donde
había un gran tesoro de galeones
perdidos de su majestad que
habían varado en ella y que
Zacarías había escondido en ella
parte del tesoro. Seguramente
la palabra tesoro hizo el
efecto de un tic en la cabeza
del oidor, que inmediatamente da
las órdenes oportunas para que
declare Rodríguez, natural de la
isla de la Gomera, en las
Canarias, para “empaparse mejor”
de esta historia de la isla y
del tesoro. Este confirmó cuanto
dijo, ya que también le contó
Zacarías que había escondido en
una isla mucho oro y plata de
algunos barcos perdidos. El
asunto se estaba poniendo
interesante y picó aún más la
curiosidad del oidor ¡Era
necesario matizar más! Al
preguntar si el declarante supo
o entendió por el capitán inglés
o por otros, que navíos eran los
que se habían perdidos en la
isla y en qué año, contestó que
eran dos galeones
del rey (de España) y que se
perdieron harán diez años
(1606). El piloto flamenco le
contó que llegó a la isla
perdido y vio unos de los navíos
entre dos peñas y que había
sacado barras y cajones de plata
y oro y que escondió todo en la
isla. La historia se estaba
poniendo al rojo vivo: galeones,
cajones de oro y plata, tesoros
escondidos. Esto bien merecía
una ulterior investigación. Ya
no era cosa que la declararan
terceros, había que escuchar al
propio Zacarías. El 23 de
septiembre lo hizo comparecer en
San Jorge de Olancho para que
declarara sobre una isla que
está en altura de cabo Camarón y
en 16 grados con un tercio.
Dijo que hace cinco años estando
en la ciudad de Dunkerque, un
mercader llamado Lamer le
despachó con una nao de 80
toneladas por maestre para que
fuese a las Canarias para cargar
vino y en la travesía fueron
abordados por un navío grande de
franceses que lo apresaron y
llevaron consigo hasta Brasil y
luego pasaron al cabo de la
Vela, en Tierra Firme
(Colombia). Seguidamente fueron
a la isla de San Andrés
(Colombia), donde estuvieron
tres semanas haciendo aguada y
desde allí a las islas de los
Mosquitos (seguramente se
refiere a Cayos Miskitos) y
después al cabo de Gracias a
Dios y estuvieron en unas
islitas que distan como 20
leguas y que están en 16 grados
(Cayos Cajones, Honduras), donde
se quedaron tres o cuatro días,
saliendo luego para la isla de
Cuba. A los dos días de
navegación, y aproximadamente en
altura de 18 grados, les dio un
temporal grande y vararon en
tierra en “unos bajos que allí
están” ahogándose 18 personas y
quedando vivos solamente dos
franceses, uno llamado Julián de
70 años y el otro Nicolás. Ellos
quedaron vivos porque
quisieron quedarse en el navío
y no se embarcaron en la
chalupa, que fue volcada por un
fuerte golpe de mar ahogándolos
a todos. Todo esto ocurrió de
noche. Con las primeras luces
del día comenzaron a construir
una balsa con los restos del
barco, y se fueron a
tierra, llegando a una isla muy
alta que tiene tres leguas de
largo y media legua de
ancho. Estuvieron en ella
siete semanas y con los restos
de su barco naufragado
construyeron un batel y con este
dieron una vuelta a la isla,
hallando en la banda del
sur-este un pedazo de navío,
como una cuarta parte de él, al
parecer español, que debía tener
700 u 800 toneladas de porte,
que le pareció ser algún galeón
de su majestad. Visto aquello
saltaron en tierra en la playa
de la isla, hallando no muy
lejos cinco cruces de madera
clavadas en tierra, y vistas
estas entendieron que eran de
españoles perdidos. Cerca de
allí encontraron dos o tres
casillas de paja, y otra más
grande un poco más lejos cuya
mitad se había caído. Dentro
encontraron los huesos de una
persona con su calavera. Allí
fuera, debajo de un árbol
grande, había una caja cerrada
que abrieron con un martillo,
hallando en ella ropa de vestir
de hombre, varias camisas
blancas y documentos, todo roto
y podrido. En la caja también
venía un pedazo de plata maciza,
en una perulera varias sortijas
de oro y una vuelta de cadena de
oro. Enterraron todo debajo del
árbol juntamente con los huesos
del cadáver. Seguidamente
volvieron al pedazo de navío y
entraron dentro y vieron muchos
cajones y cajas que estaban
cubiertos de agua, y para
poderlos ver subieron por la
banda de proa, pero siendo
solamente tres no hicieron
diligencias para sacar algún
cajón y ver lo que tenía dentro.
También dijo que en la isla
hallaron oro natural (en pepas).
A los diez días se fueron para
la isla de Cuba con el batel que
construyeron. Llegados como a 30
leguas de La Habana, donde hay
un río (seguramente el
Cuyaguateje), fueron
interceptados por un barco
inglés que los apresó y llevó
primero a la isla Bermuda y
después a Inglaterra.
Hasta aquí es indudable que la
historia de Zacarías puede
parecer fruto de su fantasía
para salvar el pellejo (muchos
piratas, para ganar tiempo al
verse cogidos contaron “cuentos”
de tesoros enterrados o
escondidos), pero no cabe duda
que el flamenco estaba contando
una historia que, hasta allí,
tenía cierta credibilidad, pues,
al fin y al cabo el oidor seguía
preguntando e inquiriendo
después de más de quince días.
La siguiente pregunta que le
formuló fue de dónde sacó el oro
natural que dijo llevaba en el
batel, a lo cual respondió que
en la isla hay un río grande,
que cuando llueve
arrastra mucho oro en pepitas.
Al encontrarles los ingleses
as pepitas y dinero que
llevaban, obviamente preguntaron
de donde salía todo, a lo cual
el flamenco le contestó
vagamente sobre la ubicación de
la isla. Una vez en Inglaterra y
puesto al pobre Zacarías bajo
custodia con grilletes, dieron
aviso a un rico mercader de
Londres llamado Tomás Met (sic)
que financió un viaje a la isla
con dos navíos. Una vez que
llegaron al Caribe nunca quiso
decirles donde estaba la isla
mareándolos, tanto fue así que
al final decidieron volver a
Inglaterra. Añadió que siempre
fue su intención dar aviso de
ella a su señor, el rey de
España de la misma forma que
quiso avisar sobre la isla de
Santa Catalina, que se halla en
altura de 13 grados y medio y a
40 leguas del cabo de Gracias a
Dios, donde hay mucha riqueza de
oro y perlas, según le contó a
él el capitán inglés. Preguntó
Zúñiga a cuantas leguas y de qué
puerto estaba la isla donde
encontró el galeón, respondió
que a 70 leguas de la isla de
Guanaja y en 18 grados. Se dejó
caer entonces don Simón, y dijo
que con una fragata pequeña
podría llegar a ella sin
perderse.
Ya estaba tendida la trampa,
porque Zacarías tocó la tecla
que desde siempre ha funcionado
perfectamente: la codicia
humana. Sopesado seriamente el
asunto y visto el grande
beneficio que podía aportar a su
monarca, decidió pasarle el
muerto a la audiencia de
Guatemala, y en efecto, el 14 de
noviembre el presidente de la
audiencia, Antonio Peraza de
Ayala, Diego Gómez y el
licenciado Juan Maldonado de
Paz, oidores, habiendo visto los
autos que Zúñiga remitió
decidieron avisar a su monarca
en la lejana Castilla.
Aprovechando que Zacarías estaba
preso en los calabozos de la
audiencia, Maldonado le quiso
dar otra sesión de
interrogatorio y lo hizo
comparecer para seguir
preguntando.
Al preguntarle desde cuánto
tiempo hacía que navega
respondió que desde que tenía 7
u 8 años había venido a Sanlúcar
de Barrameda. Hizo cinco viajes
a Indias, y harán 14 o 15 años
fue con (el general) Luis
Fajardo a Tierra Firme
(efectivamente, Fajardo fue a
Tierra Firme en 1601 y regresó
en 1602). Viajó en un barco cuyo
dueño se llamaba Simón Amador.
En Dunkerque compró un navío de
80 toneladas y siguió contando
como fue robado y llevado a
Brasil, etc. etc., parte que ya
es conocida por el lector.
Si bien esta declaración repite
algunos detalles ya conocidos,
es digno de mencionar un párrafo
que aporta un nuevo dato muy
importante para comprender más
adelante todo el enredo que se
formará. Dijo que la isla no
estaba en las cartas de
marear (cartas náuticas). Ya
conoceremos la razón.
Otro dato nuevo es que salieron
a tierra hacía la banda del
nordeste de la isla,
donde su navío se perdió.
Siguieron rodeando la isla
buscando gente y comida y
llegados a la banda del sureste
etc. etc. Añadió Zacarías que
también encontraron una caja con
7.000 pesos, que no la había
declarado a Zúñiga. Siguiendo
con su declaración con
Maldonado, añadió además que
vieron un cabrestante grande y
la mitad de un corredor de
navío. Anduvieron en la mar
legua y media y vieron encallado
entre peñas un navío al parecer
de 600 o 700 toneladas hundido
como seis o siete brazas. Subido
a bordo, vio tres grandes piezas
de artillería, de bronce, como
de 40 quintales (1.840 kilos), y
que el navío estaba muy firme
encajado entre las peñas y
que es uno de los galeones de su
majestad que se perdieron en
1605.
¿Cómo supo Zacarías que era uno
de los galeones de 1605? Tenga
paciencia el lector y poco a
poco llegará a conocer la razón.
Volviendo a cuanto
estaba declarando Zacarías, otra
importante pista nos la da al
afirmar que uno de los dos
franceses que se pudieron salvar
del naufragio en la isla había
sido minero y que en ella había
mucho oro, tanto fue así que él
en media hora lavó cuatro libras
en un arroyo que hay allí,
llegando el ex minero a exclamar
que era la mayor riqueza que
jamás había visto. Sigue
contando que seguramente en los
bajos que hay alrededor de la
isla se podría encontrar algún
otro galeón de los que se han
perdido por ser una isla
desconocida y no venir en
ninguna carta de marear. Dando
de manera esporádica
indicaciones de cómo era la isla
como si de repente se fuera
acordando de algún nuevo
detalle, dijo que tiene una
ensenada grande en la banda del
sur y que se fueron de la isla
en el batel que hicieron a las
siete semanas por falta de
comida, que medía catorce pies
de largo por tres y medio de
ancho (¡Vaya memoria!).
Zacarías le amplía
la información a Maldonado, y a
cada nueva declaración podemos
conocer más y más detalles de la
misma forma que él los va
relatando. Llegados con el batel
a veinte leguas de La Habana
sobre un río llamado Puercos
fueron apresados por la gente de
un navío inglés que allí estaba
haciendo aguada. Los
ingleses les quitaron las cuatro
libras de oro y 300 pesos que
llevaba, siendo una parte de uno
de los franceses que se murió en
el transcurso de la travesía.
Desde Cuba fueron a la isla de
Bermuda, donde dice que estuvo
siete meses y de la cual da una
descripción minuciosa a
Maldonado. Llegado a Londres el
barco, lo tuvieron cautivo en
casa de un mercader llamado
Tomás Met, que hizo preparar dos
barcos de50 toneladas para
volver con una expedición a la
isla y llevarse el tesoro. Per
nuestro protagonista logró
escaparse en un navío y llegar
al puerto alemán de Emden,y de
allí pasó a su Amberes natal.
Desde este puerto fluvial
emprendió viaje a las islas
Canarias, concretamente a
Tenerife y La Palma, donde cargó
vino para Inglaterra. Al llegar
fue reconocido por un inglés que
se lo contó a su capitán, y
visto y considerado que sabía de
la “isla incógnita”, le
volvieron a apresar y a embarcar
para ir a buscarla. Seguramente
el barco donde venía preso
llevaba mercancías de
contrabando para no perder la
oportunidad de hacerse con un
dinerillo extra el que financió
la búsqueda del tesoro de la isla,
porque estando en Jamaica,
Zacarías se escapó y una vez
libre quiso ir avisar el
gobernador, aunque un mulato que
encontró por el camino le dijo
que no fuera a la ciudad, porque
seguramente le ahorcarían por
pirata, no creyendo nadie su
historia Nuestro personaje se lo
pensó bien y al final convino
que tenía razón y que era mejor
volver al barco, como en efecto
hizo. Algunos días más tarde,
apresaron al Consolación
con este mismo navío.
Insistió mucho en
declararle a Maldonado que no le
había revelado a nadie la
ubicación de la isla y el
francés que vino con el, por no
entender de las cosas de la mar,
fue dejado libre. Así que el
único en conocer el secreto era
él.
El folio numero 79 recto de los
mencionados autos corresponde a
una lista de objetos que enterró
y que consta de: 37 barras de
oro con un palmo de lago cada
una y dos de ancho, 3 grandes
cadenas de oro con piedras
preciosas, 550 barras de plata
ensayada, 160 cajones de
monedas, 3 cajones de oro en
barras, 3 planchones de oro muy
grandes que a su parecer pesaban
cada uno cuatro arrobas, además
del resto de los caudales que
venían en el galeón y su
artillería, habiendo dejado
enterrado el tesoro junto a un
hombre muerto para más seguridad
(de que nadie pudiera
encontrarlo). Todo esto ocurría
en la ciudad de Santiago de
Guatemala el martes 17 de enero
de 1617, entre las 2 y las 3 de
la tarde.
Tres días después manifestó ante el
gobernador de Guatemala, que en
la isla de los Mosquitos había
ámbar en cantidad y que lo
enterrado por él en la otra isla
valía más de un millón de pesos
además del valor del oro de la
mina16. En el legajo de la sección Contratación
numero 4948-A del AGI, hay una
lista detallada de la artillería
que el San Roque montaba. Doy a
conocer al lector el texto
referente al primer cañón de la
indicada lista:
Una media culebrina de bronce
con sus asas y muñones y sus
follajes, y debajo Una media
culebrina...
(AGI,
Contratación, 4948-A).
de los muñones
sus armas reales con la
corona
imperial y pendiente de ellas el
tusón y un letrero que dice:
don Felipe segundo rey de
España, y más abajo otra
tarjeta con un letrero que dice:
don Juan de Acuña, su
capitán general del artillería,
año de 1595, y en la culata
su número de peso de treinta y cinco quintales y ochenta libras y tira balas de doce libras, con
sus “encavalgamentos” y ruedas
herradas.
En total llevaba 24 cañones de
bronce, el más pesado de los
cuales tenía 52 quintales y 80
libras (2.428,8 kilos) y tiraba
balas de 14 libras.
Terminado este breve paréntesis
sobre la artillería, sigamos con
el relato. Oír hablar de tanto
oro enterrado debió de hacer
mella en Maldonado, porque se lo
pensó bien y ofreció pagar de su
bolsillo una expedición para ir
en busca de la “isla incógnita”.
En efecto, el 28 de enero es
emitido un decreto y, entre otra
cosa se dice que el galeón
perdido, era uno que
llevaba a su cargo don Luis de
Córdoba que se perdió en
el paraje de la isla… Esta
es la primera vez que se
menciona de forma explícita el
nombre de este general y se le
vincula con la isla que Zacarías
encontró. Con el decreto quedó
autorizado Maldonado en ir a su
costa a buscarla con el flamenco17.
Pero el bueno de don Simón tenía
su as, mejor dicho, sus ases en
la manga y la verdad es que fue
un hábil estratega. Sigamos con
la isla.
Existe una copia detallada de la
segunda declaración de Zacarías
acerca del tesoro que encontró y
enterró en la isla. Es
interesante conocer su texto
íntegro dado su contenido
revelador.
-
Simón Zacarías, piloto
residente en esta ciudad,
con la mejor vía y forma que
dio lugar, digo que con celo de servir a Dios nuestro
señor y a su majestad por lo
que tocó al aumento
de su real haber, manifiesta
ante vuestra señoría, de más
del que se ha
manifestado ante los señores
licenciados don Gaspar
Zúñiga y licenciado Juan
Maldonado de Paz,
oidores: 37 barras de oro… 3
cadenas de oro… 550 barras
de plata…
160 cajones
de monedas… 3 cajones de oro
en barras….., 3 planchas de
oro…
Muy intrigante es esta parte de
la declaración:…
además de esto toda la
artillería que hubiere en un
galeón que tengo dicho
perteneciente
a su majestad,
y toda la plata, oro y joyas que
hubiere en el dicho galeón,
demás de lo cual manifiesto
todos los minerales de oro que
tengo dicho, el cual dicho
tesoro dejé enterrado en la
isla18.
Me dejó pensando la tajante
afirmación de que fuera un
galeón del rey el que encontró,
pues en las anteriores
declaraciones no hay elementos
suficientes para poder
comprender la razón, salvo que
se refiriera al hecho que,
siendo un barco español,
perteneciera a esta nación y por
ende al soberano que la regía,
aunque por otra parte podría
efectivamente ser un galeón
perteneciente a la corona, al
fin y al cabo la artillería
pertenecía a su majestad.
Siguiendo con mi investigación
en este asunto de la isla,
encontré otro documento que me
ayudó entender, si bien no de
manera contundente, el por qué
de la afirmación del héroe de
nuestra historia.
El 10 de octubre de 1617, desde Sevilla,
Francisco de Tejada escribe una
carta al presidente del Consejo
de Indias avisándole de dar
noticia del contenido de la
misma al rey. Este es otro texto
muy interesante que voy a
transcribir literalmente:
En carta del 23 de diciembre de
1616 escrita en México por
Melchor Arce de Argumedo, está
el capítulo siguiente:
-
De los
galeones que en el año de
1.605 se perdieron
se ha dicho aquí por cosa
cierta, que en la
costa de Honduras se ha
hallado uno, que es la
capitana que con la gran
tormenta varó en tierra y
se hizo pedazos y saltó la
gente en tierra en una isla
despoblada donde no había
que comer, y muriendo todos
de hambre. En un cobertizo
chico que hicieron de
piedra hallaron muchas
barras de oro y plata y un
hombre muerto sentado
y seco con un Cristo junto a
si y una imagen de nuestra
señora y el
estandarte real, por lo
cual se entendiera que es el
general, que se
quedó allí traspasado
de hambre, y todo alrededor
estaba lleno de cuerpos
muertos. Estas son las cosas
de la mar.
Queda de esta manera
perfectamente aclarado el por
qué Zacarías afirma tajantemente
que el galeón que encontró era
la capitana desaparecida en 1605
y las razones son contundentes.
Sigue diciendo Tejada en la
dicha carta que había recibido
otra más de diferente persona
afirmando lo mismo además que,
por otras gentes que llegaron en
la misma flota, que el autor del
hallazgo era un inglés que se
perdió en una ensenada de
aquella costa19.
1. AGI. Contaduría, 1.472.
2. Ibidem.
3. AGI. Contaduría, 1.385.
4. AGI. Indiferente General,
1.122.
5. AGI. Ibidem
6. AGI. Santo Domingo, 100.
7. Millás, José Carlos.
1968. Hurricanes of the Caribbean and adjacent
regions, 1492-1800. Academy of the Arts and
Sciences of the Americas. Miami, Florida.
8. AGI. Santo
Domingo, 100.
9. AGI. Santo
Domingo, 100.
10. AGI. Ibidem, 129
11. Santo Domingo, 100.
12. AGI. Indiferente General,
2.497.
13. AGI. Santo Domingo, 119.
14. Fernández Duro, Cesareo.
Armada Española, volumen III, pág. 488.
15. AGI.
Indiferente General, 2.699.
16. AGI.Contratación, 4948-A.
17.
17. AGI. Guatemala, 14.
18. AGI. Guatemala, 65.
19. AGI. Indiferente General, 1.859.
Claudio Bonifacio
©
www.escafandra.org
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