El desarrollo y apogeo del buceo en el archipiélago
Hacia 1982 la totalidad de
la infraestructura turística
de Maldivas sufriría una
fortísima sacudida. El
negocio turístico,
inicialmente mirado por el
gobierno con un recelo
extreme a medida que iba
creciendo poco a poco,
inició una fase de expansión
acelerada. Parecía como si
el país se viera en la
urgencia de transcender la
soledad de los años de
aislamiento y entrar en el
mercado turístico mundial
como pleno miembro de
derecho.
Hasta entonces la industria turística se había ido desarrollando con lentitud a causa de la falta de infraestructuras, de la escasez de personal especializado, y de las trabas que ponía el gobierno Maldivo a la naciente industria. Finalmente, el Gobierno, consciente de la creciente importancia del turismo como fuente de ingresos, empezó a tomárselo seriamente. Las autoridades maldivas pasaron a promulgar leyes y regulaciones, muchas de las cuales afectaron directamente al submarinismo.
Las tensiones dentro de las altas esferas no habían sido pocas. El presidente, recién retornado de estudiar en una universidad religiosa en Egipto, tenía como principal objetivo islamizar el país, que él veía como demasiado liberal. Otros miembros de la elite de las Maldivas veían a las islas como un país atrasado que había que desarrollar. La tensión entre estas dos tendencias nunca abandonaría la pequeña nación isleña.
Los profesores de buceo de
las islas turísticas,
acostumbrados a recibir sus
periódicas raciones de jamón
y salchichas de cerdo
enviadas desde Alemania,
Austria o Italia, veían como
los celosos aduaneros les
confiscaban su preciado
material. Esos periódicos
envíos de víveres eran
imprescindibles para una
larga estancia en las islas
donde la monotonía de la
dieta local podía entorpecer
el espíritu. Las altas
esferas del gobierno Maldivo
mientras tanto discutían si
debían dejar entrar o no
productos porcinos y alcohol
en un país que se declaraba
cien por cien musulmán.
En aquella época se decretaban leyes que se contradecían pocos meses o incluso semanas después, a medida que los funcionarios del gobierno se iban convenciendo del mal efecto que tales injerencias tenían en la naciente industria turística. Pocos turistas aceptarían dietas constantes a base de pescado y arroz durante la semana larga de su estancia media. Finalmente el pragmatismo triunfó y los funcionarios del gobierno Maldivo vieron que era necesario vencer los recelos y los tabúes religiosos y establecer una importación de productos gastronómicos adecuados que facilitaran la estancia de los turistas en el país así como de los extranjeros que trabajaban en el. Las altas esferas maldivas se dieron cuenta de que solamente así podía prosperar la industria turística en el futuro y convertirse en una buena fuente de ingresos para el país.
De esta forma el verdadero
submarinismo de aventura y
las escuelas de buceo de
“estar por casa”
desaparecieron del país. Las
islas turísticas fueron
obligadas a cumplir con los
nuevos requisitos
burocráticos. Estos incluían
normas relativas a la
seguridad de los turistas,
algunas de las cuales hacían
referencia directa a la
calidad de los equipos de
buceo. Así aquellas
simpáticas islas en las que
el profesor de buceo tenía
papel estelar y, por decirlo
así, “hacia
lo que
le daba la gana”,
desaparecieron.
Los cambios se implementaron paulatinamente, pero con el paso de los meses empezaron a hacerse visibles. Las escuelas de buceo, un tanto precarias y medianamente equipadas en un principio, fueron adquiriendo aspecto más profesional y serio. Todas fueron afiliándose a organizaciones internacionales con objeto de expedir títulos reconocidos y homologados por los cursillos que se impartían. Por una parte se ofrecía una mayor calidad de la enseñanza y se mejoraron muchísimo las medidas de seguridad y la eficiencia de los equipos. Por otro lado fueron desapareciendo el aire campechano y algo del espíritu aventurero que había sido parte integral del submarinismo en las Maldivas durante la década de los setenta.
Los turistas que visitaban las islas anualmente comprobaban con agradable sorpresa la evidente mejora de las infraestructuras, de un año para el otro. Sin embargo la creciente masificación y el consecuente aumento del número de bungalows hacia añorar a muchos los tiempos pasados en los que la atmosfera era más intima y entrañable y en los que en la isla predominaban los cocoteros sobre los edificios.
A pesar de todos esos cambios la parte aventurera de bucear en Maldivas no podía desaparecer en su totalidad, principalmente por la abundancia de los fondos unida al hecho que muchas zonas estaban todavía poco exploradas cuando no eran ignotas.
El
crecimiento exponencial del
turismo en las Maldivas
empezó realmente a partir de
noviembre de 1981 con la
inauguración de la pista de
aterrizaje ampliada de la
isla de Hulule. En el nuevo
aeropuerto podían aterrizar
aviones venidos directamente
desde Europa, el Japón o
Singapur y la incómoda
escala en Colombo pasó a la
historia. La terminal era un
edificio de moderno diseño
con ventilación ecológica.
La pequeña Hulule, con la
nueva pista asfaltada tomó,
vista desde el aire, el
aspecto de un gigantesco
portaviones y pasó a
llamarse “Malé International
Airport”.
Los antiguos buceadores acostumbrados a llegar a las Maldivas después de un largo y pesado viaje, miraban con el ceño fruncido a los turistas recién llegados que venían tan fácilmente de Europa e invadían lo que ellos consideraban “su” país. Esos veteranos submarinistas sostenían que uno había de “merecerse” el llegar a unos fondos coralinos tan variados e ignotos y a un país turísticamente tan virgen.
Coincidiendo con la expansión del aeropuerto de Hulule se inauguraron muchas islas turísticas nuevas y se consolidaron y mejoraron las instalaciones de las islas-hotel que habían abierto en la década anterior. El transporte del aeropuerto a la isla-hotel se hacía en barca y la isla de Hulule disponía también de un puerto ampliado donde se alineaban las barcas que habían de transportar a los turistas a su destino. Sin embargo, a causa de las limitaciones impuestas por el transporte marítimo, pocas islas turísticas se hallaban a una distancia superior a los 60 km del aeropuerto. Pocos turistas consideraban aceptable un viaje de más de cuatro horas después de las diez o doce horas de vuelo que llevaban encima. Una excepción fue la isla de Kuredu, situada a más de 100 km al norte del aeropuerto, isla de carácter plenamente oceánico, con unos fondos excepcionales.
Casi todas las escuelas de
buceo utilizaban el doni, la
arquetípica barca de pesca
Maldiva, a la que se había
adaptado un motor diesel
japonés, para llevar a los
submarinistas a las zonas de
inmersión. Ese tipo de barco
duro y adaptado a las
condiciones oceánicas, ponía
una gran extensión de fondos
coralinos al alcance de la
escuela de buceo en las
inmediaciones de cualquier
isla turística. En muchos
casos, incluso los fondos al
lado mismo de la capital
tenían sectores
interesantes, con viejos
barcos mercantes hundidos y
pasajes del atolón de fuerte
corriente espectaculares en
los que abundaban los
tiburones y las grandes
rayas.
En la época de la expansión del turismo submarinista en las Maldivas todavía no se disponía de mapas adecuados. Las cartas náuticas existentes eran las Almirantazgo Británico, las mismas que dibujara el capitán Robert Moresby en la primera mitad del siglo XIX con pocas correcciones. Esos grandes mapas estaban llenos de inexactitudes en cuanto a los escollos coralinos y fondos marinos de los atolones de Maldivas. Su falta de precisión fue proverbial hasta que aparecieron las cartas náuticas basadas en fotografías hechas con satélites hacia finales de los años ochenta. Era muy conocido y comentado, por ejemplo, el hecho que el famoso “Banana Reef” que utilizaba regularmente la escuela de buceo del Club Mediterranée ni tan siquiera apareciera en la Carta náutica del Almirantazgo Británico.
Aunque la labor cartográfica del capitán Moresby, que cartografió detalladamente los múltiples arrecifes coralinos de las Maldivas entre 1834 y 1836, hubiera tenido mucho mérito en su tiempo, esas cartas marinas resultaban inservibles para el profesor de submarinismo medio. Así en cada base submarinista de las Maldivas durante los años de apogeo del turismo el propio profesor de buceo había de improvisar sus propios mapas de los complicados arrecifes circundantes, cosa que se hacía como mínimo mentalmente. Dicha labor era compaginada con los conocimientos de los marineros del doni de la escuela, ya que los maldivos tienen un instinto especial para navegar entre arrecifes coralinos y poseen en su lenguaje, el divehi, diferentes palabras para calificar adecuadamente los escollos y fondos sumergidos según la profundidad, forma y color.
A medida que los profesores
de buceo fueron aprendiendo
en su zona la fauna que se
encontraba en cada estación
en determinados lugares y
las horas del día en las que
valía la pena sumergirse en
cada sitio, fueron
documentando tales
conocimientos. De esta
forma, al menos localmente,
las zonas ignotas se fueron
reduciendo y los “espacios
blancos” o desconocidos del
mapa fueron llenándose con
experiencias y datos
concretos. Cada profesor de
buceo iba aprendiendo su
zona y, en caso de que
volviera a su país
definitivamente, traspasaba
sus conocimientos a su
sucesor. Estos conocimientos
incluían sus lugares
favoritos y secretos
celosamente guardados. La
localización exacta de
ciertas zonas donde, por
ejemplo, se podía observar
tal manada de tiburones
rodeándole a uno durante la
inmersión, no se revelaba al
profesor de buceo de otra
isla, para que éste no fuera
a estropearla, es decir para
no encontrarse con un grupo
de turistas de la isla B
cuando el profesor de la
isla A iba a ese mismo lugar
con su grupo.
La concurrencia de los perfeccionamientos técnicos y de las experiencias adquiridas por profesores de buceo entusiasmados de vivir en un país de fondos y fauna tan variados, produjo personajes realmente interesantes.
Así, a mediados de la década de los ochenta Herwarth Voigtmann se convirtió en uno de los buceadores más prestigiosos de las Maldivas. En aquella época era famoso su espectáculo en el que se dedicaba a alimentar a un banco de tiburones grises (Carcharhinus amblyrhynchos) que acudían cada vez al mismo sitio. Sin embargo el fuerte de Voigtman era que sabía comunicar como nadie el entusiasmo que sentía por lo que hacía diariamente, convirtiendo hasta la inmersión más fácil y sencilla en algo mágico por su capacidad de observación de los detalles y de describir la fascinación que sentía por las zonas submarinas de la isla en la que ejercía su profesión.
Voigtmann vivía entonces en
la isla de Bandos. Allí
tenía instalada su escuela
de buceo y su fama era tal
que gracias a él,
los bungalows de la isla
permanecían llenos no
solamente a lo largo de toda
la temporada alta, sino que
incluso durante la baja. Eso
convirtió a Bandos, isla que
por lo demás carece de mucho
atractivo, en la envidia de
las otras islas turísticas
durante una larga época.
Ni que decir tiene que en las Maldivas hubieron también otros submarinistas de gran talento, con grandes conocimientos de la fauna y la orografía submarina local, pero ninguno llego a alcanzar la fama local que tuvo Voigtmann en esa época crucial.
En aquellos tiempos de desarrollo intenso del submarinismo en las Maldivas los profesores de buceo eran extranjeros. Había todavía muy pocos submarinistas maldivos, como Hasan, un buceador profesional que trabajaba en operaciones para el Gobierno de las Maldivas. Hasan era un ecologista activo que aparecía frecuentemente en la televisión local y se dedicaba a concienciar a sus conciudadanos sobre la importancia de las formaciones coralinas que formaban la base del país en el que vivían.
Otro buceador maldivo de aquellos años fue Mustaq, que se especializó en la fotografía submarina, contando con la ventaja de que tenía acceso directo a los conocimientos ancestrales de los pescadores locales que sabían con precisión donde se encontraban ciertos peces, crustáceos y celentéreos en las vastas regiones de arrecifes coralinos del archipiélago. Dicha información era generalmente poco accesible, o sólo de forma fragmentaria, a los profesores de buceo extranjeros por su escaso conocimiento de la lengua y la cultura locales. En aquella época los submarinistas locales eran todavía pocos, pero con el paso del tiempo una generación de profesores de buceo maldivos se iría formando paulatinamente.
Xavier Romero-Frias