Los barcos safari y el submarinismo en las Maldivas
Una
de las mejores maneras de
conocer las Maldivas es el
barco-safari, barcos que
esperan al turista en el
aeropuerto y que, después
del obligatorio cóctel
de bienvenida, le llevan
directamente a zonas
alejadas de las islas hotel
y a fondos de ensueño. Son
naves bien equipadas, con
camarotes de literas o camas
dobles, según la
embarcación, y con lavabo y
ducha. Tampoco hay que
olvidar la buena cocina a
bordo y el buen humor de la
tripulación. Aunque no
tengan las amplias
habitaciones de los hoteles,
las embarcaciones de safari
poseen una amplia cubierta,
donde es muy agradable pasar
el rato. Hay quien prefiere
tomar el sol, mientras que
otros prefieren la sombra,
relajándose bajo el amplio
toldo, donde la fresca brisa
marina hace olvidar el calor
tropical.
Es un tipo de enfocar las vacaciones a estas islas del Océano Índico muy diferente de la forma clásica de estar en una isla-hotel y por esta razón atrae a una clientela específica. En la isla-hotel hay un amplio bar y un restaurante donde se puede socializar con otros submarinistas, en cambio en el barco safari uno va viendo al mismo grupo de gente día tras día, lo cual puede ser ideal para grupos de amigos, pero difícil de aguantar para aquellos que necesiten bar y discoteca cada noche. Los barcos safari pueden emprender rumbo a lagunas idílicas, cerca de fondos poco visitados por los buceadores de las islas turísticas, porque quedan demasiado lejos del hotel. Se pueden hacer largas inmersiones de deriva, dejándose llevar por la corriente a puntos en los que la barca recoge al grupo, subir a cubierta e inmediatamente beberse una cerveza bajo el toldo.
Una vez la barca ha
encontrado un buen
fondeadero, se echa el ancla
y el motor se para. Al caer
el sol, hay una tranquilidad
inmensa y unos colores
majestuosos en la esfera
celeste. Toda la escena es
muchísimo más agradable si
hay luna llena, pero si no
hay podremos admirar la
multitud de estrellas que
cuajan el firmamento de las
Maldivas.
La cena tiene lugar en cubierta, bajo el toldo, donde después de un café o té se cuentan historias. Viejas anécdotas interesantes vuelven a la memoria en una atmósfera misteriosa y serena, donde la única luz es un quinqué encima de la mesa. El barco anclado en la tranquila laguna está rodeado del silencio nocturno y las conversaciones se apagan poco a poco, reinando un inmenso espíritu de paz durante la larga noche tropical. Si se ha buceado mucho durante el día pronto llega el cansancio y la verdad es que se duerme muy bien arrullado por las suaves olas de la oscura laguna.
Al día siguiente uno ya se
siente aclimatado y después
del desayuno se levan
anclas
y se cambia de lugar. En un
par de horas el barco ya
está en otra zona y se hace
una inmersión en otro
arrecife. Normalmente se
llenan las botellas mientras
se hacen las inmersiones o
visitas a alguna isla
cercana, ya que en el barco
no hay manera de poner
distancia entre el ruido de
la bomba de aire y uno
mismo. A la vuelta uno se
ducha en cubierta, se seca y
se pone a tomar el sol o se
relaja bajo el toldo,
entablando algo de
conversación con la
tripulación, que son
normalmente maldivos, aunque
a veces hay alguno de Sri
Lanka. La tripulación se
dedica a pescar en su tiempo
libre y también mientras el
barco viaja de un sitio a
otro. Es normal que, siendo
los maldivos expertos
pescadores, en muy poco
tiempo saquen un par de
enormes peces del agua, con
los cuales el cocinero
preparará un curry de
pescado para el almuerzo.
Las comidas a bordo se
agradecen muchísimo después
de las inmersiones, ya que
uno llega a cubierta cansado
y hambriento.
Es importante que el tiempo
acompañe. Muchos días
seguidos de lluvia monzónica
enclaustrado en un barco
pueden dar una sensación de
confinamiento difícil de
soportar. Aparte de esto el
sol tropical de Maldivas se
agradece después de las
inmersiones y si decide no
mostrar su espléndida faz y
el submarinista se encuentra
con lluvia al subir al
barco, la sensación de frío
y humedad no son agradables.
Todo se nota pegajoso, como
las toallas y la ropa.
Muchos incluso experimentan
una sensación de frío, a
pesar de que las
temperaturas raramente
descienden por debajo de los
25º C. Eso sí, la lluvia va
muy bien para quitarle la
sal al equipo extendido en
cubierta. Si uno quiere
evitarse hacer un safari
bajo la lluvia conviene pues
consultar los pronósticos
del tiempo para cada
estación determinada antes
de planear un safari submarinista
en Maldivas.
Aparte de las inmersiones
diarias, en un “Safari tour”
siempre se visitan algunas
isla desiertas, en las
cuales los únicos habitantes
son los cangrejos que corren
por la blanca y fina arena
delante de uno. En algunas
ocasiones la tripulación
prepara una barbacoa de
pescado en la playa,
iluminada por antorchas o
una hoguera. Si alguien
tiene una guitarra, mejor.
Normalmente estas veladas se
reservan para el último día,
porque hay una norma que se
sigue, que consiste en no
realizar inmersiones 24
horas antes de tomar el
avión de vuelta a casa. El
hecho es que, entre las
inmersiones y la sensación
de estar viviendo una
aventura única, una semana
así se pasa volando.
Esta forma tan agradable de
hacer submarinismo de
arrecife en arrecife y de
atolón en atolón estuvo
prácticamente ausente
durante la primera fase del
turismo en las Maldivas. Los
primeros barcos
específicamente dedicados al
safari fueron construidos a
principios de la década de
los 80 por dos europeos
afincados en las islas:
Philippe, un francés de
París y Ásim, un alemán que
posteriormente acompañó a
Thor Heyerdahl en su viajes
por las Maldivas y que
actualmente se dedica a
comercializar las
bombas
de aire de una prestigiosa
marca. Ambos llegaron a
Maldivas en la década de los
setenta y se casaron con
mujeres locales. Philippe,
alias “Muhammad Ali”,
construyó su
‘Baraabaru’ hacia 1981 en la
isla de Velidu y Ásim su “Shadas” un
año después en la isla de
Vashafaru, en el extremo
norte del archipiélago. Eran
barcos de madera construidos
localmente. Tener lista la
“cáscara” del barco no fue
problema, los Maldivos son
excelentes constructores de
embarcaciones. Pero faltos
de materiales adecuados para
acondicionar el interior de
forma aceptable para los
turistas, estos pioneros
necesitaron vencer muchos
obstáculos para conseguir
importar material de fuera y
mucho ingenio para reducir
los elevados costes.
Exasperados, vieron como los
meses pasaban y la puesta a
punto de las embarcaciones
se alargaba.
Una vez listos ambos barcos,
en los primeros safaris no
contaban con equipos de
submarinismo. Muy pronto
tanto Philippe como Ásim
vieron que, con la movilidad
que tenían, y que ponía a su
alcance fondos
extraordinarios, era
esencial incluir el
submarinismo en los safaris
para atraer un importante
sector de la clientela.
Pasados pocos años se
comprobó que la fórmula era
muy popular y ya a mediados
de los 80 finalmente se
botaron los primeros barcos
dedicados exclusivamente al
buceo, como el del italiano
Raimondo Recordati y Tashi,
su bella esposa tibetana.
Tashi es todavía buceadora
en activo, pero su marido
Raimondo, siempre jovial y
entusiasmado con las
inmersiones en Maldivas,
murió en los años 90 víctima
de un cancer fulminante.
Al principio el gobierno
Maldivo decidió restringir
las visitas de los “safari
tours” a los dos o tres
atolones centrales del
archipiélago. Los
submarinistas que insistían
así en ir a la aventura y
visitar fondos poco
explorados más lejanos
tenían que ir primero del
aeropuerto a la capital,
Male’. Allí era obligatorio
que pasaran una mañana en el
Ministerio de Administración
de los Atolones, donde
previa entrega de los
pasaportes se les facilitaba
un permiso para visitar tal
atolón lejano por una semana
o dos. Normalmente no habían
problemas y el permiso se
facilitaba, pero la
expedición del permiso
tardaba cuatro horas, porque
lo tenía que firmar el
director, el cual por alguna
razón siempre tardaba en
llegar a su oficina y en
dignarse a mirar los
papeles. Para un
submarinista recién llegado,
cansado del largo viaje a
Maldivas, estar cuatro horas
en Male’, donde había
poquísimo que ver y que
hacer, aparte del pequeño
museo y la obligada visita a
un “Tea Shop” local,
entrañaba una aciaga espera.
La causa de las
restricciones era que el
gobierno no deseaba que se
extendiera el turismo a
zonas alejadas de la
capital, donde los
funcionarios de Male’ temían
que la larga mano de su
control no alcanzara. Una
excepción fue
Kuredu Island Resort,
fantástico lugar de
concentración de amantes del
submarinismo, que se
estableció a una distancia
considerable de la capital
al norte del aeropuerto de
Hulule, en un atolón en el
que no habían otras islas
turísticas.
Por fortuna en los años 90 las leyes que centralizaban el turismo se relajaron. Así se permitió a los turistas visitar los atolones sin tanta restricción y se abrieron islas turísticas en atolones más lejanos. Con la entrada en escena de las líneas aéreas domésticas que utilizan hidroaviones Twin Otter, todos los rincones del país se han puesto al alcance del turista.
Xavier Romero-Frias