La fachada atlántica de la península ibérica nunca fue un camino habitual para los submarinos. No obstante, algunos de los que recorrieron sus rutas hoy yacen, militares sin entorchado alguno, reviviendo en los focos de los buceadores que los visitan.
Poder acercarse a la flota enemiga sin ser visto ha sido el sueño de todas las Armadas, poder desplazarse como peces, vivir en las entrañas de los océanos. Después de prototipos y ensayos, los ejércitos empezaron a disponer de esos navíos, y en el primer conflicto armado probaron su efectividad. Los perdedores de esas contiendas, peces de acero, yacen en el mar en el que querían vivir.
El Mar Cantábrico, un rincón del Océano Atlántico al que
llaman Golfo de Vizcaya,
ostenta los poderes de ese
océano sin tener las
particularidades de un mar
cerrado. Con una profundidad
media de 5.100 metros, la
plataforma continental se
inclina rápidamente hacia el
fondo en la costa española,
mientras que en la francesa
va descendiendo suavemente
hasta los 1.000 m. para caer
después abruptamente hasta
los 5.000. Las corrientes y
las características de la
zona implican que sea muy
difícil localizar un
submarino perdido. Aun así,
entre la costa francesa, la
cornisa cantábrica y la
costa portuguesa yacen
varios submarinos esperando
visita.
La
guerra civil española fue un
conflicto en el que los
submarinos no suelen
constar. Había pocos, eran
republicanos y de modelos
primerizos. Ribadesella es
el punto del Cantábrico
donde acabó su periplo el
C-5, un submarino
hundido en los primeros
meses de la guerra civil.
Estaba al mando
del capitán de corbeta Lara,
que ya había dejado claro sus
preferencias por el bando
nacional,
y que había
patrullado la zona sin
atacar ningún
objetivo
de ese bando. En la obra
Submarinos republicanos en
la guerra civil española,
libro publicado por Gonzalo
Rodríguez Martín y José
Ignacio González-Aller, se
recoge que Lara había
llegado al Norte desde
Tánger, donde, provisto de
una maleta llena de joyas ya
había sopesado la
posibilidad de quedarse en
Marruecos. Calculando las
consecuencias, decidió
continuar con el submarino e
intentar cambiar de bando
con él. El C-5 estaba
destinado en Cartagena
cuando estalló la guerra. Se
puso en marcha hacia el
Cantábrico el 22 de agosto,
y ocho días después ya
atacaba al acorazado
España, aunque el
torpedo no llegó a explotar.
Cuatro meses después el submarino había desaparecido. Se enviaron aviones a otear la zona de su último mensaje y se observaron muchas manchas de aceite a 10 millas de Ribadesella. Se comprobó en los archivos de Cartagena que su última misión había sido acompañar un barco que entraba en Bilbao para defenderlo de un posible ataque del patrullero alemán Königsberg, destinado en la zona del Cantábrico.
Años después de acabada la
guerra, la viuda de Lara
quiso rehabilitar su nombre
en relación a los aires
políticos existentes,
investigó y presentó
documentación en la que
quedaba patente su intención
de pasarse al bando
nacional. En su momento le
había comentado al
contralmirante López Barril:
“Si me fallan los medios
que tengo para apoderarme
del buque, lo hundiré y
moriremos todos”.
Disponía de una pistola,
dinamita y una botella de
amoníaco concentrado,
altamente tóxico. No se
conocen exactamente las
causas de su pérdida, pero a
todos los efectos consta
como muerto en campaña por
la causa nacional el 31 de
diciembre de 1936.
Quince millas al norte del
Cabo de Peñas descansa el
submarino republicano B-6.
Cuentan las crónicas que el
día 19 de septiembre de 1936
el submarino se encontraba
acosado por el destructor
Velasco y los buques
armados Galicia y
Ciriza. El submarino les
atacó en superficie, como
era normal en la época: la
tecnología no permitía
disparar sin tener el
objetivo a la vista y
navegar bajo superficie era
una técnica que se empleaba
normalmente para huir de un
ataque. Alcanzado por los
disparos del destructor,
alzó bandera blanca a las 16
horas y la tripulación se
lanzó al agua mientras el
navío se hundió sacando toda
la proa fuera del agua. El
mismo destructor rescató a
36 náufragos, incluido su
comandante.
El submarino B-6
había salido de Cartagena al
mando del alférez de navío
Oscar Scharfausen. Era uno
de los oficiales que habían
sido encarcelados por purgas
políticas en el seno de la
Armada y que después fueron
liberados para ser empleados
como técnicos en submarinos.
Eran momentos de tensión y
de violencias soterradas,
donde una denuncia, aunque
fuera sin pruebas
fehacientes, solían
comportar una muerte más que
probable. Los mandos
desconfiaban de estos
oficiales rehabilitados por
necesidad, y ellos,
agraviados, muchas veces
tenían simpatías hacia el
otro bando. Scharfhausen
estaba dolido por la muerte
de su hermano
Guillermo,
y quería vengarlo. Aceptó el
mando del submarino con idea
de entregarlo al bando
nacional o hundirlo.
Por supuesto, las declaraciones que se le tomaron al alférez difieren notablemente. Declaró que se dirigía a Bilbao desde Cartagena con una carga de munición (casi toda de fusil), tanta carga que casi no quedaba espacio en la nave para la tripulación. Al mediodía, estando a 15’ del Cabo de Peñas, con buena mar y buen tiempo, avistó dos bous navegando a la misma vuelta (en el mismo sentido). Estaban a diez millas. Ambos maniobraron para atacarle y él dio aviso a la dotación del peligro inminente, conociendo el pánico que sentían del enfrentamiento directo por lo claustrofóbico que resultaba un submarino atacado.
Decidió
sumergirse; para acelerar la
entrada de agua (usada como
lastre), dejó abierta la
válvula del acústico del
puente a la torreta. No
cambiaron de rumbo y por
tanto los bous se le iban
acercando. Entró agua por la
torreta a la cámara de mando
y el comandante, simulando
un ataque de nervios gritó
“¡entra agua!,
¡superficie, superficie!”.
La tripulación quedó
desconcertada, los que
estaban en otras cámaras
acudieron a la de mando,
gritando la orden contraria
para seguir la maniobra de
inmersión “¡sopla, sopla
todo!” y con el
desconcierto, el submarino
emergió a 300 metros del
buque Galicia, tal como
quería Scharfhausen. No
obstante, ordenó maniobras
para preparar un ataque,
pero en las circunstancias y
con la pésima formación de
la tripulación no fue
efectivo. El maquinista
navarro le apuntó con una
pistola gritando: “se
salió usted con la suya!”
pero no llegó a disparar
porque el alférez le
arrebató el arma. El
submarino alcanzó a disparar
dos veces el cañón, fue
alcanzado y se hundió
rápidamente por popa.
Distinta vida tuvo el submarino C-6: había salido a la mar el mismo 18 de julio de 1936 con los demás buques de la flotilla de Cartagena. Le esperaban unos días inquietos: el 15 de agosto ya enfiló hacia el Cantábrico para atacar a los buques nacionales que bloqueaban la zona. Por el camino encontraron los buques España y Cervera y evitaron atacarlos. La dotación se sublevó contra el comandante y decidieron volver a Cartagena después de acusarlo de no haber querido dispararles pese a haberlos tenido a tiro sin problemas.
La nave volvió al
Cantábrico el 1 de
septiembre al mando de otro
suboficial, el 2 de octubre
volvió a Cartagena y
nuevamente partió hacia el
Cantábrico el 28 de abril al
mando del oficial ruso
Burmistrov, donde operó
hasta el final de la campaña
del Norte. Averiado en
Gijón, la propia tripulación
decidió hundirlo el 20 de
octubre de 1937 para que no
cayese en poder de los
nacionales. Reflotado
nuevamente en 1947, su
estado aconsejó llevarlo a
desguace pero se hundió en
el Cantábrico cuando iba de
camino.
La presencia de oficiales rusos en las naves republicanas no era nada extraño: en la guerra civil intervinieron otras potencias europeas, aunque ninguna de ella lo hizo abiertamente. Los submarinos republicanos contaban con oficiales rusos y el bando nacional contaba con el apoyo y la presencia de submarinos alemanes e italianos (“submarinos legionarios”), que navegaban sin signos externos de identificación.
Los submarinos republicanos españoles de clase B fueron construidos entre 1922 y 1926. La armada dispuso de 12 unidades con una eslora de 64,10 m., una manga de 5,60 m. y un puntal de 5,18 m. Desplazaban 556 Tn. en superficie y 835 en inmersión. Desarrollaban una potencia diésel de 1400 hp (para lo que cargaban 78.600 litros de gasoil), y una eléctrica de 420 hp. Podía alcanzar una velocidad en superficie de 16 nudos y en inmersión de 10,5. Armado con 4 tubos lanzatorpedos de 450 mm. y un cañón de 76,2 mm, tenía un radio de acción de 8.000 millas y una dotación de 28 hombres al mando de un teniente de navío.
Los seis submarinos republicanos de clase C fueron entregados a la Marina entre 1928 y 1930. Tenían una eslora de 75,30 m., una manga de 6,33 m. y un puntal de 5,74 m. Podían desplazar 925 Tn. en superficie y 1144 Tn. en inmersión. Su potencia diésel era de 2.000 hp. (para lo que disponían de 42 toneladas de gasoil) y 750 hp. de eléctrica. Desarrollaban una velocidad en inmersión de 8,5 nudos y en superficie de 16,5. Armados con 6 tubos lanzatorpedos de 533,4 mm. y un cañón de 76,2 mm. tenían un radio de acción de 10.000 millas y una dotación de 40 hombres al mando de un capitán de corbeta.
En la costa francesa del
Mar Cantábrico descansa el
U-171, un submarino
alemán que acabó sus rutas
el 9 de octubre de 1942
cuando chocó contra una mina
a 2,5 millas de la isla de
Gröix, concretamente en el
punto 47º39’.542-03º34’,775
(E50). Era un modelo
bastante evolucionado, un IX-C
construido en Bremen y
armado con seis tubos
lanzatorpedos. Sus dos
motores diesel le permitían
una autonomía en superficie
de 5.000 millas y una
velocidad de 7 nudos. Tenía
una tripulación de 49
hombres
El día de su hundimiento esperaba al Sperrbrecher, un buque civil reclutado para escolta, cuya misión era crear un escudo magnético que hacía estallar las minas. El barco tardaba en llegar y el comandante Pfeffer, confiando en la cobertura aérea decidió proseguir viaje. A las 13 horas chocaba con una mina que le destrozó la proa. Quince hombres consiguieron salir a tiempo antes de que se hundiera y 16 se refugiaron en la sala de torpedos sellada. Cuando el submarino tocó fondo a 40 m. salieron por su propio pie y fueron recogidos en superficie. Los demás murieron en el acto, ahogados en la sala de máquinas.
Ahora es un pecio visitable, con buena visibilidad,
aunque su proa está
esparcida alrededor del eje
del navío. Ha sufrido varios
expolios a pesar de la ley
del prefecto marítimo del
Atlántico que prohíbe desde
1999 bucear dentro del
pecio, como consecuencia de
la demanda de una asociación
de submarinista alemanes que
quieren que sea declarado
monumento de guerra.
Alemán también era el U-180, un submarino que se dirigía hacia el canal de la Mancha; el 23 de agosto de 1944 desapareció en el Golfo de Vizcaya con toda la dotación (56 hombres) a la altura de Burdeos, aproximadamente en la posición 44.00 N, 02.00 W. No se conocen las causas de su perdida, pese a que circula la versión de que tropezara con una mina, cosa que no parece probable.
Botado en 1941, había
tenido dos comandantes antes de que el
2 de abril de 1944 Rolf
Riesen Negro se encargara de
su destino. Hasta ese
momento había efectuado dos
patrullas hundiendo algunos
navíos, con un total de
13.298 Tn. y sin sufrir
pérdidas humanas. Era la
primera serie de navíos que
disponían de un aparato
Schnorchel de
respiración subacuática. Se
trataba de un invento
holandés para suministrar
aire a los motores diesel en
inmersión. Era un tubo
vertical con una válvula que
aportaba aire a la vez que
impedía la entrada de agua.
Este schnorchel y el
periscopio era lo único que
asomaba del submarino cuando
navegaba sumergido a menos
de diez metros. Los gases de
escape se lanzaban
directamente al mar.
Frente a Portugal duerme tristemente el U-1277, submarino alemán muy conocido por los buceadores de la zona. Era un ejemplar de combate de la clase VII-C. Botado en mayo de 1944 empezó a navegar bajo las órdenes del comandante Peter Ehrenreich Stever. En principio fue destinado a la instrucción y experimentación. A medida que fueron escaseando los submarinos de combate fue transferido a la flotilla de combate, y se le destinó a navegar por el estrecho de Islandia hacia el Atlántico y situarse a la entrada del Canal de la Mancha.
Los VIIC tenían una eslora de 67 m. con una manga de
4,70 m. y un puntal de
6,20m. Dos motores (uno
diesel para superficie y uno
eléctrico para inmersión) le
permitían una velocidad de
17 nudos en superficie y
algo más de 7 sumergido. Con
un desplazamiento de 770
toneladas en superficie y
870 sumergido, podía
alcanzar una cota máxima de
180 m. Sus 113 toneladas de
fuel le permitían una
autonomía máxima de 8500
millas.
Estaba tripulado por 45 hombres con edades entre 18 y 25 años. Mientras cruzaba el océano se firmó el armisticio, y el submarino navegó sin rumbo durante un mes. Al final el comandante tomó la decisión de hundirlo deliberadamente en la madrugada del 3 de junio de 1945, salvando toda la tripulación. Estaban frente al Cabo do Mondo, cerca de Oporto en la costa portuguesa.
Como tantas veces, los pescadores de la zona tenían localizado un objeto que enganchaba sus redes. En octubre de 1973 un grupo de submarinistas deportivos guiados por los pescadores localizaron el pecio a 30 metros de profundidad sobre un fondo arenoso. Tiene la popa completamente hundida y está escorado 45º a babor. Ya no tiene quilla ni cañones antiaéreos, aunque se distinguen los cuatro tubos lanzatorpedos.
Es otro de los peces metálicos que duermen bajo las aguas.
Marga Alconchel