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 Año XIII,  nº VIII

  Mayo 2008

 Peces de acero

La fachada atlántica de la península ibérica nunca fue un camino habitual para los submarinos. No obstante, algunos de los que recorrieron sus rutas hoy yacen, militares sin entorchado alguno, reviviendo en los focos de los buceadores que los visitan.

Poder acercarse a la flota enemiga sin ser visto ha sido el sueño de todas las Armadas, poder desplazarse como peces, vivir en las entrañas de los océanos. Después de prototipos y ensayos, los ejércitos empezaron a disponer de esos navíos, y en el primer conflicto armado probaron su efectividad. Los perdedores de esas contiendas, peces de acero, yacen en el mar en el que querían vivir.  

El Mar Cantábrico, un rincón del Océano Atlántico al que llaman Golfo de Vizcaya, ostenta los poderes de ese océano sin tener las particularidades de un mar cerrado. Con una profundidad media de 5.100 metros, la plataforma continental se inclina rápidamente hacia el fondo en la costa española, mientras que en la francesa va descendiendo suavemente hasta los 1.000 m. para caer después abruptamente hasta los 5.000. Las corrientes y las características de la zona implican que sea muy difícil localizar un submarino perdido. Aun así, entre la costa francesa, la cornisa cantábrica y la costa portuguesa yacen varios submarinos esperando visita.

La guerra civil española fue un conflicto en el que los submarinos no suelen constar. Había pocos, eran republicanos y de modelos primerizos. Ribadesella es el punto del Cantábrico donde acabó su periplo el C-5, un submarino hundido en los primeros meses de la guerra civil. Estaba al mando del capitán de corbeta Lara, que ya había dejado claro sus preferencias por el bando nacional, y que había patrullado la zona sin atacar ningún objetivo de ese bando. En la obra Submarinos republicanos en la guerra civil española, libro publicado por Gonzalo Rodríguez Martín  y José Ignacio González-Aller, se recoge que Lara había llegado al Norte desde Tánger, donde, provisto de una maleta llena de joyas ya había sopesado la posibilidad de quedarse en Marruecos. Calculando las consecuencias, decidió continuar con el submarino e intentar cambiar de bando con él. El C-5 estaba destinado en Cartagena cuando estalló la guerra. Se puso en marcha hacia el Cantábrico el 22 de agosto, y ocho días después ya atacaba al acorazado España, aunque el torpedo no llegó a explotar.

Cuatro meses después el submarino había desaparecido. Se enviaron aviones a otear la zona de su último mensaje y se observaron muchas manchas de aceite a 10 millas de Ribadesella. Se comprobó en los archivos de Cartagena que su última misión había sido acompañar un barco que entraba en Bilbao para defenderlo de un posible ataque del patrullero alemán Königsberg, destinado en la zona del Cantábrico.

Años después de acabada la guerra, la viuda de Lara quiso rehabilitar su nombre en relación a los aires políticos existentes, investigó y presentó documentación en la que quedaba patente su intención de pasarse al bando nacional. En su momento le había comentado al contralmirante López Barril: “Si me fallan los medios que tengo para apoderarme del buque, lo hundiré y moriremos todos”.  Disponía de una pistola, dinamita y una botella de amoníaco concentrado, altamente tóxico. No se conocen exactamente las causas de su pérdida, pero a todos los efectos consta como muerto en campaña por la causa nacional el 31 de diciembre de 1936.

Quince millas al norte del Cabo de Peñas descansa el submarino republicano B-6. Cuentan las crónicas que el día 19 de septiembre de 1936 el submarino se encontraba acosado por el destructor Velasco y los buques armados Galicia y Ciriza. El submarino les atacó en superficie, como era normal en la época: la tecnología no permitía disparar sin tener el objetivo a la vista y navegar bajo superficie era una técnica que se empleaba normalmente para huir de un ataque. Alcanzado por los disparos del destructor, alzó bandera blanca a las 16 horas y la tripulación se lanzó al agua mientras el navío se hundió sacando toda la proa fuera del agua. El mismo destructor rescató a 36 náufragos, incluido su comandante.

El submarino B-6 había salido de Cartagena al mando del alférez de navío Oscar Scharfausen. Era uno de los oficiales que habían sido encarcelados por purgas políticas en el seno de la Armada y que después fueron liberados para ser empleados como técnicos en submarinos. Eran momentos de tensión y de violencias soterradas, donde una denuncia, aunque fuera sin pruebas fehacientes, solían comportar una muerte más que probable. Los mandos desconfiaban de estos oficiales rehabilitados por necesidad, y ellos, agraviados, muchas veces tenían simpatías hacia el otro bando. Scharfhausen estaba dolido por la muerte de su hermano Guillermo, y quería vengarlo. Aceptó el mando del submarino con idea de entregarlo al bando nacional o hundirlo.

Por supuesto, las declaraciones que se le tomaron al alférez difieren notablemente. Declaró que se dirigía a Bilbao desde Cartagena con una carga de munición (casi toda de fusil), tanta carga que casi no quedaba espacio en la nave para la tripulación. Al mediodía, estando a 15’ del Cabo de Peñas, con buena mar y buen tiempo, avistó dos bous navegando a la misma vuelta (en el mismo sentido). Estaban a diez millas. Ambos maniobraron para atacarle y él dio aviso a la dotación del peligro inminente, conociendo el pánico que sentían del enfrentamiento directo por lo claustrofóbico que resultaba un submarino atacado.

Decidió sumergirse; para acelerar la entrada de agua (usada como lastre), dejó abierta la válvula del acústico del puente a la torreta. No cambiaron de rumbo y por tanto los bous se le iban acercando. Entró agua por la torreta a la cámara de mando y el comandante, simulando un ataque de nervios gritó “¡entra agua!, ¡superficie, superficie!”. La tripulación quedó desconcertada, los que estaban en otras cámaras acudieron a la de mando, gritando la orden contraria para seguir la maniobra de inmersión “¡sopla, sopla todo!” y con el desconcierto, el submarino emergió a 300 metros del buque Galicia, tal como quería Scharfhausen. No obstante, ordenó maniobras para preparar un ataque, pero en las circunstancias y con la pésima formación de la tripulación no fue efectivo. El maquinista navarro le apuntó con una pistola gritando: “se salió usted con la suya!” pero no llegó a disparar porque el alférez le arrebató el arma. El submarino alcanzó a disparar dos veces el cañón, fue alcanzado y se hundió rápidamente por popa.

Distinta vida tuvo el submarino C-6: había salido a la mar el mismo 18 de julio de 1936 con los demás buques de la flotilla de Cartagena. Le esperaban unos días inquietos: el 15 de agosto ya enfiló hacia el Cantábrico para atacar a los buques nacionales que bloqueaban la zona. Por el camino encontraron los buques España y Cervera y evitaron atacarlos. La dotación se sublevó contra el comandante y decidieron volver a Cartagena después de acusarlo de no haber querido dispararles pese a haberlos tenido a tiro sin problemas.

La nave volvió al Cantábrico el 1 de septiembre al mando de otro suboficial, el 2 de octubre volvió a Cartagena y nuevamente partió hacia el Cantábrico el 28 de abril al mando del oficial ruso Burmistrov, donde operó hasta el final de la campaña del Norte. Averiado en Gijón, la propia tripulación decidió hundirlo el 20 de octubre de 1937 para que no cayese en poder de los nacionales. Reflotado nuevamente en 1947, su estado aconsejó llevarlo a desguace pero se hundió en el Cantábrico cuando iba de camino.

La presencia de oficiales rusos en las naves republicanas no era nada extraño: en la guerra civil intervinieron otras potencias europeas, aunque ninguna de ella lo hizo abiertamente. Los submarinos republicanos contaban con oficiales rusos y el bando nacional contaba con el apoyo y la presencia de submarinos alemanes e italianos (“submarinos legionarios”), que navegaban sin signos externos de identificación.  

Los submarinos republicanos españoles de clase B fueron construidos entre 1922 y 1926. La armada dispuso de 12 unidades con una eslora de 64,10 m., una manga de 5,60 m. y un puntal de 5,18 m. Desplazaban 556 Tn. en superficie y 835 en inmersión.  Desarrollaban una potencia diésel de 1400 hp (para lo que cargaban 78.600 litros de gasoil), y una eléctrica de 420 hp. Podía alcanzar una velocidad en superficie de 16 nudos y en inmersión de 10,5. Armado con 4 tubos lanzatorpedos de 450 mm. y un cañón de 76,2 mm, tenía un radio de acción de 8.000 millas y una dotación de 28 hombres al mando de un teniente de navío.

Los seis submarinos republicanos de clase C fueron entregados a la Marina entre 1928 y 1930. Tenían una eslora de 75,30 m., una manga de 6,33 m. y un puntal de 5,74 m. Podían desplazar 925 Tn. en superficie y 1144 Tn. en inmersión. Su potencia diésel era de 2.000 hp. (para lo que disponían de 42 toneladas de gasoil) y 750 hp. de eléctrica. Desarrollaban una velocidad en inmersión de 8,5 nudos y en superficie de 16,5.  Armados con 6 tubos lanzatorpedos de 533,4 mm. y un cañón de 76,2 mm. tenían un radio de acción de 10.000 millas y una dotación de 40 hombres al mando de un capitán de corbeta.  

En la costa francesa del Mar Cantábrico descansa el U-171, un submarino alemán que acabó sus rutas el 9 de octubre de 1942 cuando chocó contra una mina a 2,5 millas de la isla de Gröix, concretamente en el punto 47º39’.542-03º34’,775 (E50). Era un modelo bastante evolucionado, un IX-C construido en Bremen y armado con seis tubos lanzatorpedos. Sus dos motores diesel le permitían una autonomía en superficie de 5.000 millas y una velocidad de 7 nudos. Tenía una tripulación de 49 hombres

El día de su hundimiento esperaba al Sperrbrecher, un buque civil reclutado para escolta, cuya misión era crear un escudo magnético que hacía estallar las minas. El barco tardaba en llegar y el comandante Pfeffer, confiando en la cobertura aérea decidió proseguir viaje. A las 13 horas chocaba con una mina que le destrozó la proa. Quince hombres consiguieron salir a tiempo antes de que se hundiera y 16 se refugiaron en la sala de torpedos sellada. Cuando el submarino tocó fondo a 40 m. salieron por su propio pie y fueron recogidos en superficie. Los demás murieron en el acto, ahogados en la sala de máquinas.

Ahora es un pecio visitable, con buena visibilidad, aunque su proa está esparcida alrededor del eje del navío. Ha sufrido varios expolios a pesar de la ley del prefecto marítimo del Atlántico que prohíbe desde 1999 bucear dentro del pecio, como consecuencia de la demanda de una asociación de submarinista alemanes que quieren que sea declarado monumento de guerra.

Alemán también era el U-180, un submarino que se dirigía hacia el canal de la Mancha; el 23 de agosto de 1944 desapareció en el Golfo de Vizcaya con toda la dotación (56 hombres) a la altura de Burdeos, aproximadamente en la posición 44.00 N, 02.00 W. No se conocen las causas de su perdida, pese a que circula la versión de que tropezara con una mina, cosa que no parece probable.

Botado en 1941, había tenido dos comandantes antes de que el 2 de abril de 1944 Rolf Riesen Negro se encargara de su destino. Hasta ese momento había efectuado dos patrullas hundiendo algunos navíos, con un total de 13.298 Tn. y sin sufrir pérdidas humanas. Era la primera serie de navíos que disponían de un aparato Schnorchel de respiración subacuática. Se trataba de un invento holandés para suministrar aire a los motores diesel en inmersión. Era un tubo vertical con una válvula que aportaba aire a la vez que impedía la entrada de agua. Este schnorchel y el periscopio era lo único que asomaba del submarino cuando navegaba sumergido a menos de diez metros. Los gases de escape se lanzaban directamente al mar.

Frente a Portugal duerme tristemente el U-1277, submarino alemán muy conocido por los buceadores de la zona. Era un ejemplar de combate de la clase VII-C. Botado en mayo de 1944 empezó a navegar bajo las órdenes del comandante Peter Ehrenreich Stever. En principio fue destinado a la instrucción y experimentación. A medida que fueron escaseando los submarinos de combate fue transferido a la flotilla de combate, y se le destinó a navegar por el estrecho de Islandia hacia el Atlántico y situarse a la entrada del Canal de la Mancha.

Los VIIC tenían una eslora de 67 m. con una manga de 4,70 m. y un puntal de 6,20m. Dos motores (uno diesel para superficie y uno eléctrico para inmersión) le permitían una velocidad de 17 nudos en superficie y algo más de 7 sumergido. Con un desplazamiento de 770 toneladas en superficie y 870 sumergido, podía alcanzar una cota máxima de 180 m. Sus 113 toneladas de fuel le permitían una autonomía máxima de 8500 millas.

Estaba tripulado por 45 hombres con edades entre 18 y 25 años. Mientras cruzaba el océano se firmó el armisticio, y el submarino navegó sin rumbo durante un mes. Al final el comandante tomó la decisión de hundirlo deliberadamente en la madrugada del 3 de junio de 1945, salvando toda la tripulación. Estaban frente al Cabo do Mondo, cerca de Oporto en la costa portuguesa.

Como tantas veces, los pescadores de la zona tenían localizado un objeto que enganchaba sus redes. En octubre de 1973 un grupo de submarinistas deportivos guiados por los pescadores localizaron el pecio a 30 metros de profundidad sobre un fondo arenoso. Tiene la popa completamente hundida y está escorado 45º a babor. Ya no tiene quilla ni cañones antiaéreos, aunque se distinguen los cuatro tubos lanzatorpedos.

Es otro de los peces metálicos que duermen bajo las aguas.

 

 Marga Alconchel

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