“María Jesús” y “María del Coro” eran dos pesqueros de 150 toneladas que salieron la madrugada del 6 de enero de 1959, día de Reyes, a faenar en por el Cantábrico como cada día. Y tropezaron con un submarino de 600 toneladas perdido.
El 15 de diciembre de 1958 un barco inglés
remolcaba por las
tormentosas aguas
del Atlántico al
submarino HMS
Virulent. Un
golpe de mar partió
la cadena que los
unía, el barco
siguió rumbo y el
submarino quedó a la
deriva. Tres semanas
después dos
pescadores
guipuzcoanos se lo
encontraron en medio
de un temporal de
mar gruesa. Se
acercaron a una
distancia prudencial
para comprobar si
necesitaban ayuda,
primera ley del mar.
Descubrieron que
estaba vacío de
tripulación y
abandonado. Su única
identificación eran
las letras Y-15.
Lázaro y Leazátegui, armadores de los
pesqueros, dieron
aviso por radio a la
estación del Monte
Igüeldo. La noticia
causó extrañeza y
desconfianza en
altas instancias, a
fin de cuentas era
periodo de guerra
fría. Pidieron ayuda
a otro pesquero, el
“Larra”, del
mismo tonelaje, para
poder remolcar al
submarino a puerto.
Por su parte, la
autoridad de Marina
ordenó que se
acercaran al lugar
los patrulleros “V-18”
desde Pasajes y el “Hernán
Cortés” desde El
Ferrol. Entre todos
lo condujeron al
cercano puerto de
Pasajes, al que no
entraron hasta la
mañana del día
siguiente para poder
operar con luz de
día. El puerto tiene
la entrada angosta
para este tipo de
embarcaciones, y los
pesqueros no son los
barcos más adecuados
para esta maniobra.
No obstante, la
veteranía de todos
condujo al submarino
a las aguas seguras
de puerto a la
espera de decidir
qué hacer con él.
La noticia llegó a todos los diarios del
país. La Vanguardia,
desde Barcelona, se
hizo eco llamándolo
“submarino
fantasma”.
La Armada
ordenó la inspección
del buque al capitán
de fragata Francisco
Núñez de Olañeta,
que estaba al cargo
de la estación naval
de La Graña. Era un
veterano en estos
navíos: había sido
comandante de dos
submarinos durante
la guerra civil.
Informó que el Y-15
era el HMS
Virulent de la
Royal Navy. De la
clase U, había sido
construido en 1943
en los astilleros
Vickers Armstron,
ubicados en New
Castle (Inglaterra),
una potente ciudad
de construcción
naval y explotación
de antimonio y plomo
en el estuario del
río Tyne.
El Virulent era ya de la III generación, también llamada clase V. Desplazaba 600 toneladas en superficie y 740 sumergido, con una eslora de poco más de 60 metros. Su forma era muy hidrodinámica, con un puntal y una manga de cinco metros. Dos motores le proporcionaban una potencia de 615 caballos y alcanzaba una velocidad de 12 nudos en superficie y 9 sumergido. Podía bajar hasta 90 metros, y llevaba 8 torpedos, un cañón y 3 ametralladoras, con una dotación de 33 hombres.
Los años de la segunda guerra mundial
fueron
económicamente muy
rentables para las
fábricas de
armamento y
construcción naval.
Después de dos años
de servicio en la
armada inglesa, este
submarino fue
transferido a
Grecia, que lo
rebautizó
Argonaftis. Con
su nueva identidad
navegó hasta 1958,
cuando volvió a su
bandera original. Ya
tenía quince años y
se decidió
trasladarlo para
desguace desde su
base en Malta hasta
el astillero de
origen. En ese viaje
estaba cuando se
rompió la cadena y
el barco que lo
remolcaba perdió su
rastro.
Núñez de Olañeta contrató a un buzo local para inspeccionar la obra viva del buque. Y con las observaciones de ambos elevó el 26 de enero un informe de 12 páginas en el que constataba que el buque tenía un lamentable estado de abandono en cuanto al mantenimiento, aunque su plancha y su estructura estaban en buen estado. Estaba sucio y con las partes más técnicas arrancadas, probablemente para aprovecharlas en otros navíos o para impedir que se reutilizaran por otras manos.
Le llamó la atención, por comparación con
los navíos
españoles, que
tuviera grandes
armarios
frigoríficos y
cocinas de gran
capacidad. Y que ya
se pudiera instalar
en él un snorkel
(manguerote de
ventilación) que
todavía no llevaba
ningún submarino
nacional. Comentó
también que las
luces verde y roja
que han de señalizar
su posición mientras
es remolcado eran
dos grandes faroles
amarrados
manualmente a la
bañera por la banda
de fuera, y
conectados a unas
baterías de camión a
la intemperie. Núñez
se preguntaba en su
informe quién
encendía las luces
por la noche si no
había nadie a bordo.
Informó de chalecos salvavidas
desperdigados, luces
rotas, basura en
descomposición,
“… de hidrófonos
solamente existe la
caja destrozada, lo
mismo que del
Director de
Lanzamiento, del
ASDIC solo existe el
domo según el buzo…
se nota un esmero
especial, no tan
sólo en destrozar
todo cuanto aparato
especial llevaba el
buque, sino en haber
hecho desaparecer
sus restos”. El
Director de
Lanzamiento era un
dispositivo novedoso
que únicamente
había
usado un submarino
gemelo a éste, y que
le permitió atacar y
hundir a otro
submarino estando
ambos sumergidos,
apoyándose
simplemente en la
detección acústica.
Termina su informe
diciendo “Estado
de policía del
submarino deplorable
excepto cámaras de
torpedos, motores y
popa. No se encontró
ninguna bandera de
código ni ninguna
nacional”.
Burocracia y desidia mantuvieron al submarino dos años en el puerto de Pasajes, hasta que en 1961 acabó siendo vendido a una empresa española como chatarra. Ha tardado cuarenta y ocho años en tener nuevamente un espacio en la actualidad gracias al trabajo concienzudo del historiador gallego Hixinio Puentes.
Marga Alconchel