1554 y 1555 fueron dos años caracterizados por innumerables desastres marítimos muy nefastos para la llamada Carrera de Indias, o trafico marítimo-mercantil entre España y sus colonias de las Indias, luego llamada América. También se caracterizaron por la incesante presencia de barcos enemigos franceses, que asolaron los mares hispanos y las islas Azores.
Las islas Azores fueron punto casi obligado de paso para el puerto de Sevilla, ya que pronto se evidenció Portugal como camino de retorno idóneo y necesario desde las lejanas posesiones de América. Los barcos de la carrera de Indias tomaban como referencia estas islas, cuyo monte de la isla de Pico, con sus 2.350 metros de altura sirvió de atalaya y guía para la gente de mar que regresaba desde América. Punto siguiente era el cabo de San Vicente, cuya sierra de Monchique, con sus 900 metros de altura era otro punto de referencia para llegar a destino en Sanlúcar y Sevilla. Tan importante fue Portugal para los tráficos marítimos de la España colonial, que la Casa de la Contratación solía tener dos factores en el país luso: uno en Punta Delgada y el otro en la ciudad de Lagos, en el Algarbe.
Corría el año de gracia de 1554. Al mando de la Armada y Flota de Tierra Firme estaba el capitán general Cosme Rodríguez de Farfán. En esta época y hasta la quema y saqueo de Nombre de Dios a mano del atrevido y valiente Francis Drake, esta flota zarpaba de este puerto panameño, y después lo seguiría haciendo desde Portobelo. Era costumbre embarcar los géneros que se remitían desde el Perú, las minas de Potosí y zonas limítrofes, oro y esmeraldas de Colombia y todos los productos de la tierra. Los días 18, 19 y 20 de junio fueron embarcadas 288 barras de plata a bordo de los barcos nombrados San Salvador (este barco nada tiene que ver con los dos naufragados en Portugal), Regina Coeli y en el Doña Juana, siendo 96 en cada uno de ellos. Todas las barras pertenecían a la corona. Estos fueron sus pesos y valores:
Nao San Salvador
Cajón número 112. Cuatro barras.
Ley 1.990 pesa 54 marcos y 5 onzas vale 108.704 maravedíes
Ley 2.090 pesa 55 marcos y 5 onzas vale 115.145 maravedíes
Ley 1.990 pesa 54 marcos 1 2/4 onzas vale 107.732 maravedíes
Ley 1.940 pesa 51 marcos y 4 onzas vale 99.910 maravedíes
Cajón numero 112…)
…y así sucesivamente hasta un total de 24 cajones que iban numerados desde el 112 hasta el 135, conteniendo cada cajón cuatro barras de plata. Pesaban en total 5.434 marcos 5 onzas y 2/4, siendo su valor de 11.196.458 maravedíes, que reducidos a pesos de buen oro de 450 maravedíes cada uno, da un total de 24.881 y 2 tomines.
En todos los cajones figuraba la marca y contramarca de la corona. Las barras eran ensayadas, excepto las del barco Regina Coeli, y todas tenían que ser entregadas a los oficiales reales de la Casa de la Contratación de Sevilla. En este último barco fueron embarcadas otras 96 barras que pesaban en total 5.740 marcos 6 onzas 1/4. La numeración en los cajones iba desde el 136 hasta el 159.
En la Doña Juana venían otros 4 cajones con 96 barras que pesaban un total de 5.440 marcos 2 onzas y 3/4 con un valor de 11.192.228 maravedíes, o 24.849 pesos, 3 tomines y 2 granos de oro. La numeración de los cajones iba desde el 184 al 2072.
En esta misma flota venían más barcos que por ahora no nos interesan por no estar relacionados con los naufragios relatados aquí.
Zarpó la flota en junio de este año. Por una relación escrita en enero de 1555, se sabe que para la real hacienda traía 325.000 pesos, de los cuales 75.000 venían en la nao capitana que dio al través entre Tarifa y Vejer (como veremos, este naufragio ocurrió en la playa de Zahara), otros 25.000 se perdieron en una nao que se hundió en el golfo y otros 75.000 venían en las tres naos que no habían llegado (San Salvador, Regina Coeli y Doña Juana). En esta relación se avisa que los oficiales reales de la Casa de la Contratación envíen las cuentas de todo lo traído por pasajeros y particulares. En la nao que dio al través se ahogaron más de 150 personas y lo mismo ocurrió en la otra que se hundió.
En esta misma relación, viene otra adjunta con una lista de todos los navíos que trajeron plata y oro del rey, los que arribaron a Portugal, los que no habían llegado y los que se perdieron. Encabeza la lista los barcos que llegaron, los que arribaron a Portugal y finalmente los que se perdieron, que fueron:
- La nao de Cosme Buytron, que se perdió en Tarifa.
- La nao capitana, que se perdió en el golfo.
- Nao de Juan García, que se perdió en la mar.
Siempre en esta relación viene otra lista más con todas las cantidades de dinero de los particulares y pasajeros de los barcos llegados a destino. Otra relación parecida se puede consultar en la sección Contratación, legajo numero 1802. Poco después de zarpar de La Habana en noviembre, los barcos fueron sorprendidos por un temporal que los obligó arribar al puerto de Matanzas, en la misma isla de Cuba. Volvieron a reanudar el viaje el 3 de diciembre en conserva, es decir, en unión de los demás navíos de la armada y flotas con rumbo a los reinos de Castilla cuando, casi a la salida de la canal de Bahama (actual estrecho de Florida) les sorprendió un violento huracán. Casi desembocado el canal, la capitana San Andrés, galeón perteneciente a Alvaro de Bazán, comienza dramáticamente a hacer mucha agua. Sopesada la situación, se decide abandonar el barco, pudiendo antes trasbordar la carga a la Bretendona. Pero este barco también empieza a tener problemas y a su vez es necesario abandonarlo en alta mar pasando nuevamente la carga a la nao Santa Cruz, cuyo dueño era Cosme Buytron. Esta embarcación, la noche del 22 de enero de 1555 varó en la playa de Zahara de los Atunes, localidad entre Barbate y Tarifa, muriendo más de 150 personas. La carga que se perdió puede ser triple, ya que se trasbordó la del San Andrés, posiblemente la de la Bretendona y la propia de la Santa Cruz. De esta misma flota la Santa Catalina naufragó en la playa de Caparica, al sur de Lisboa, y una carabela naufragó también en la costa de Vejer, y otros varios barcos más naufragaron en las islas Azores.
Una vez desembocado el fatídico canal de Bahama, el San Salvador, Regina Coeli y la Doña Juana, están en condiciones desastrosas. Temiendo por una parte que se hundieran y por otra ser atacados por algunos franceses, de común acuerdo toman la decisión de arribar a Puerto Rico y una vez allí, descargar todo, dejándolo en tierra a buen resguardo. El 9 de enero de 1555, el juez de residencia de San Juan de Puerto Rico, Cristóbal Estévez, escribe que en los tres barcos llevaban 72 o 73.000 pesos del rey y muchas cantidades de particulares. Añadía que los barcos llegaron muy maltratados y que no podían seguir viaje para España. Estévez mandó tomar información sobre lo sucedido para poder dar cuenta de todo al monarca.
En ella viene la declaración de Pero González, piloto de la nao San Salvador, refiriendo que el día 3 de diciembre habían salido de Matanzas un total de quince embarcaciones y que desconocía la cantidad de plata y oro que en ellas venían, aunque sabía que era mucha. Siguió declarando que, una vez desembocado el canal, al ver Rodríguez de Farfán que la nao de Diego Bernal (San Salvador) hacía mucha agua, ordenó que se pasara la plata y oro a la nao de Alonso Pérez, pero, como en el caso de la San Andrés, también este barco comenzó hacer agua, teniendo que volver a trasbordar a la San Salvador la carga. Durante todas estas operaciones de carga y descarga, comenzó a levantarse mucho viento, lo cual dificultó aún más las arduas tareas de pasar toneladas de caudales y fardos de un barco a otro. Las operaciones duraron hasta por la noche. Más tarde, debido a la oscuridad, perdieron de vista la capitana y a los demás navíos de la flota. La mar empeoró con más cerrazón, y el día siguiente, hacia el mediodía, aclaró el tiempo. Fue echada la sonda y estando cerca de Florida y en 18 brazas, vieron al poco rato a su barlovento la capitana acompañada por otros siete barcos. El capitán Diego Bernal le preguntó al piloto cual era el mejor lugar al que dirigirse para poder salvar la vida y el tesoro, contestándole que los Lucayos (Bahamas) era mal sitio. El tiempo comenzó a mejorar, pero aún así no fue posible poder navegar rumbo a España, ya que el barco hacía cada vez más agua.
Finalmente, el primero de enero de 1555 llegaron a San Juan de Puerto Rico. Cinco días antes había llegado la Regina Coeli y la Doña Juana, ambas sin ningún palo y muy maltratadas.
La primera noticia de que los tres barcos arribaron a Puerto Rico llegó a Sevilla el 2 de abril de 1555. Una carabela que vino de esta isla trajo la buena nueva. Esta causó ciertos temores a que los franceses, sabido del tesoro que había en una ciudad que tenía poca población, las atacaran.
El 11 de abril de 1555, desde Valladolid el rey de España da orden a los oficiales reales de la Casa de la Contratación, para que vaya Luís de Carvajal con tres naos de armada a Puerto Rico para traer a España el tesoro que fue descargado de las tres mencionadas naos arribadas a aquel puerto. El 30 del mismo mes son dadas las disposiciones, y el 18 de mayo se ordena que vaya a Puerto Rico el hermano de Luís de Carvajal, Gonzalo, puesto que su hermano tenía que llevar a Flandes una armada de siete barcos con dinero para una expedición militar que se encontraba en aquella parte de Europa.
El 22 de agosto de 1555, Gonzalo de Carvajal ya está en Puerto Rico y este mismo día requiere al gobernador de la isla, licenciado Carasa, para que se le entregue el oro y la plata por orden del rey y que allá se había desembarcado. La orden se extendía tanto a los caudales reales como a los pertenecientes a particulares. Carasa, que había venido a la isla precisamente en uno de los tres barcos mandados por Carvajal, afirma que llegaron el día 9 de agosto. La orden fue ejecutada inmediatamente, pero a los pocos días Carvajal enfermó gravemente, motivo que provocó que se retrasara la salida, lo que al final tendría consecuencias funestas.
Carvajal había ido a Puerto Rico con tres barcos. La capitana San Salvador, la almiranta Santa Catalina y la tercera también llamada San Salvador.
El 5 de julio de 1556, en una carta escrita por el gobernador de Puerto Rico al rey, avisa como con fecha del 18 de octubre de año anterior habían salido para España los tres barcos con todo el tesoro que los otros tres de la flota de Farfán habían descargado.
El lunes, 6 de enero de 1556, desde la playa de Carrapateira, situada unas trece millas al nor-noreste del cabo de San Vicente (Portugal), en una dramática declaración el maestre y dueño del segundo San Salvador, Martín de Artaleco, contaba como su barco se había perdido en esta costa brava. Dijo ser natural de Fuenterrabía. Su nao naufragó la víspera del día de Santa Lucía (13 de diciembre) como a las once o doce de la noche con tormenta, en la playa de Carrapateira.
Venían en ella 125 personas, y se pudieron salvar 35. Sigue declarando Artaleco que de la hacienda del rey y de particulares perdida desde el día del naufragio hasta la fecha de la declaración, salió muy maltratado de la mar y la noche era muy oscura y con tempestad que no permitía ver nada hasta la llegada del alba. Tuvo que permanecer desnudo en la playa hasta el día siguiente en que vio a otros náufragos. Estos se dedicaron a recoger ropa que apareció en la playa y de esta manera de vistieron.
Apareció en la playa una pieza de artillería de bronce que pesaba aproximadamente tres quintales. Nada se pudo salvar del registro de carga del barco ni otros documentos que Artaleco guardaba en una caja. En su barco venían embarcados 78 cajones de oro y plata del rey y de particulares.
En una carta que los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla escribieron al rey el 29 de diciembre de 1555, entre otras cosas avisan que, uno de los tres barcos llegó a Lisboa (la almiranta), otro dio al través a cuatro leguas de Lagos (Carrapateira) y la capitana dio al través a treinta leguas de Lisboa hacia Galicia en un lugar que se llama Buarcos. De este último barco se ahogaron 160 personas, entre ellos el propio general Carvajal y se salvaron unas 20. De un pedazo del costado del barco que salió en tierra aparecieron diez cajones de monedas que fueron robados por la gente del lugar, porque las personas que se pudieron salvar no tenían fuerzas suficientes para poder defender estos caudales. Durante el viaje desde las Indias a España, con la pequeña armada de Carvajal vino en su conserva un galeón llamado San Pablo, que fue necesario abandonar en alta mar porque se estaba hundiendo, pero la carga fue trasbordada. Para hacerse cargo de la hacienda que se salvara de los dos barcos naufragados fueron nombrados Pedro Suárez de Castilla, Alonso de Baeza y Mateo de Vides.
El galeón San Pablo al que aluden los oficiales de la Casa de la Contratación, había ido para las islas de Cabo Verde para llevar un cargamento de esclavos para las Indias junto a otra nao llamada Santa Bárbara.
El 15 de enero los bien informados oficiales de la Casa de la Contratación quienes desde Sevilla enviaron más información a su monarca. Resulta que el galeón San Pablo se fue a pique antes de llegar a las islas Azores, y que venía de Tierra Firme. De la nao perdida en la Carrapateira no se salvó más nada y se esperaba que el mal tiempo amainara para poder seguir buscando. Avisan además que los registros de los dos barcos no habían aparecido.
La capitana que naufragó en Buarcos estaba causando bastantes quebraderos de cabeza a los funcionarios encargados de recuperar la carga, por ser este barco el más rico de los tres venidos de Puerto Rico. La mayor preocupación fue debida a que no podían encontrar el casco. El 4 de febrero de 1556, desde el monasterio de Nuestra Señora de Seisal, seguramente Pedro de Galarza (la carta no indica quien la redacto y firmó e iba dirigida al prior y cónsules de los cargadores), advierte que no había aparecido la nao y estaban rastreando la zona yendo los buzos todos los días a la mar, y mientras que no se usara el rastro nada más se podía hacer por causa de la mucha arena. Las playas de Buarcos y de Carrapateira se caracterizan por tener mucho mar de fondo y cualquier barco como los dos que dieron al través en ellas se quedaba enterrado en toneladas de arena sin que fuera posible hacer nada. La única posibilidad que les quedaba era usar un rastro para peinar el fondo del mar y que normalmente no podía alcanzar más de veinte centímetros. Este mismo sistema fue usado también en la playa de Zahara para recuperar algo de la Santa Cruz. Nada mejor que esta descripción que hacen de ambas playa los oficiales de la Casa de la Contratación al emperador, escrita desde Sevilla el 13 de febrero:
De Buarcos y del cabo de San Vicente, donde se perdieron las naos, tenemos aviso de las personas que allí estaban, que por ser aquella costa muy brava y siempre anda allí la mar muy soberbia, no les parecía que al presente se podría hacer cosa ninguna hasta las bonanzas del verano…
Pero en mayo de 1556, todas las esperanzas se desvanecieron en Buarcos tras usar el rastro. El primero de mayo así relataba la situación Antonio Corzo desde la misma playa:
... poco oro y plata se sacará porque cuando la nao zobordó [varó], zobordó muy cerca de tierra y lo más de ello vino en tierra, y la gente que escapó [que se salvó] dieron saco en todo el oro y después fueron a los caseríos a decir que se habían perdido y que estaba la playa llena de plata y de oro y vinieron todos los villanos y llevaron cuanto hallaron en esta playa…
Explica las dificultades en encontrar algún objeto perdido en Buarcos una carta que fue escrita el 8 de mayo de 1556 por Pedro Suárez de Castilla, Antonio Corzo y Juan García. Confunde un poco las ideas el lugar en donde fue escrita, pues dice “de esta playa de Louriçal y costa de Buarcos”. Louriçal es una pequeña localidad que está como a 16 kilómetros del mar, si bien aún hoy en día la zona entre esta aldea y el mar está escasamente poblada, pues hay un gran pinar llamado Pinhal do Urso.
Buarcos se encuentra más al norte, como a unos 18 kilómetros de distancia del mencionado pinar. Esto podría dar lugar a interpretar que el naufragio ocurrió al sur de Buarcos, ya que esta pequeña localidad era la única en 1555 que pudiera servir de indicación aproximada en esta zona. De esta misma manera, para la otra nao naufragada en la playa de Carrapateira, algunas personas emplean el termino “se perdió en el cabo de San Vicente”. Las dificultades radicaban en que al trabajar el rastro, las arenas, que eran muy movedizas, llenaban enseguida el surco que abría.
Aconsejan que una buena medida sería localizar el lastre del barco. Añaden que era excusado gastar dinero porque no había manera de dar con el barco.
Gaspar Jorge y Pedro López, las personas que fueron enviadas a Buarcos con Pedro Suárez de Castilla habían vuelto trayendo oro, plata y perlas de las que pudieron recoger y cobrar, y parece ser que venían 17 barras con las contramarca y señal de la corona. El problema que tenían era de carácter económico, pues en ambas playas eran más los gastos ocasionados para buscar las cargas que lo que realmente se sacaba.
Pedro Suárez avisaba que el rastro usado en Buarcos no estaba dando resultados y que no había podido encontrar el lugar donde se perdió la nao.
Se estaba preparando otro rastro para que Alonso de Baeza fuera a la Carrapateira, donde, dicen los bien enterados oficiales, no se sacó nada de oro y plata. Mientras se estaba preparando el rastro para esta playa, no perdió el tiempo Baeza, ya que fue enviado a la playa de Zahara para ver si con los temporales que hubo en invierno era posible sacar algo, logrando recuperar al final 80 marcos de oro y 85 de plata.
Los oficiales de la Casa de la Contratación tenían bien informado al emperador sobre todo lo que pasaba en las playas de Zahara, Buarcos y en la Carrapateira, además de darles puntuales noticias sobre la saca de otros tres barcos que en 1554 naufragaron en Padre Island (Texas) y que los documentos de la época suelen definirlos como perdidos en la Florida. En Zahara aparecieron dos cajones con cinco barras de plata que pesaban 200 marcos además de haberse sacado otros 35 marcos de oro de diversas purezas.
En la Carrapateira llegó a principio de julio Alonso de Baeza con el rastro y los buzos, pero no encontraron nada. También en Buarcos Pedro Suárez y Antonio Corzo utilizaron el rastro, pero al igual que en la otra playa no localizaron el casco del barco, sino tan sólo un ancla que descubrieron en el mar. El único consuelo que les quedaba a los dos esperanzados recuperadores era que estaban dando más resultados las devoluciones forzosas de lo que fue robado en Buarcos que sus trabajos subacuáticos.
Explicaba Pedro Suárez que el rastro era echado desde la mar hacia tierra, pero que los que lo estaban utilizando se quejaban que en el lugar las arenas eran muy movedizas y haber allí tres o cuatro golas que con unas honduras y lomos de arena que atraviesan la playa y no deja hacer su obra al rastro por tomarlas al través. Examinando una carta náutica de la playa y zona de Buarcos saltan a la vista una serie de afloramientos de piedras duras al norte de la playa y poco antes de cabo Mondego llamados Carreiro Grande y Carreiro Pequeno, y que tiene como forma de peine, pudiendo ser indudablemente las golas a que se refiere Pedro Suárez, pues otro lugar con esta características no hay en aquel paraje.
El 2 de septiembre escribe una carta Pedro Suárez a los oficiales de la Casa de la Contratación explicando con detalles las dificultades que se presentaban para localizar el casco en la playa de Buarcos. Cuenta que a mediado de agosto llegó a la playa con tres flamencos, tres marineros de Huelva y un hombre “honrado” de Ayamonte muy diestro en las cosas del rastro y de la mar. Examinada la playa quedaron muy mohínos por la aspereza y braveza de la mar como por ver la arena tan crecida considerando que la nao se deshizo muy en la orilla y todo está debajo de mucha arena y que solamente la mano de Dios podría poner remedio. Según la opinión de los expertos, utilizando el rastro a lo largo de la costa solamente podía penetrar en la arena cuatro dedos.
El día 8 vuelve a escribir Suárez. ¡Fracaso total con el rastro! Con gran peligro físico para las personas presentes (un marinero casi se ahoga) y llegando a caminar por encima del lugar, no sacaron nada ni dieron con los restos. Pero Suárez era persona perseverante, y avisa que seguirá trabajando y que si nada se puede sacar, despedirá la gente.
Poco a poco se comenzaron a perder las esperanzas en Sevilla. El 13 de septiembre, en una carta dirigida al emperador, avisan los oficiales de la contratación que nada se pudo hacer con los rastros en Carrapateira y Buarcos ni habían aparecido los restos de los dos desafortunados barcos, que, si bien llevaban nombre de santo y además Salvador, de nada les sirvió.
El 8 de febrero los oficiales de la contratación, en una enésima carta dirigida al emperador, reiteran que:
Visto lo mucho que se ha gastado en procurar se sacar oro y plata que se perdieron en la nao que dio en la costa de la Garrapetera y que con toda la diligencia que en ello se puso, no se pudo sacar cosa ninguna. Hicimos poner a pregón a los quisiesen encargarse de sacar a su costa lo que en esta nao se perdió, viniesen a por ello, y que en el que más beneficio hiciese se remataría, y después de haber hecho en esto muchas diligencias y señalado días para el remate, lo rematamos el lunes pasado a Lorenzo del Castillo, que lo tomó con que se le diese el veinticuatro por ciento de todo lo que se sacase y que el hiciese las costas y pagase el salario…
El naufragio del San Salvador de Buarcos no paró de causar problemas de índole legal, pues el propietario del barco y cargas no estuvieron de brazos cruzados, y quisieron que se pagaran sus perdidas propiedades, tras haber apurado las culpabilidades.
En Madrid, el 16 de febrero de 1562, Sebastián Rodríguez, en nombre del prior y cónsules de la Universidad de los Mercaderes de la ciudad de Sevilla y del diputado de la avería, además de las personas cuyas mercaderías y partidas se salvaron del naufragio del San Salvador de Buarcos en un pleito que tenían con Julián de Goyceta o Goizueta, dueño del barco, para que se le pagaran 3.000 ducados por el valor de su nao y 500 ducados por la pérdida de la artillería y otros aparejos que fueron alijados al mar antes que el barco diera al través. En síntesis, lo que reclamaban era que la nao no se perdió por culpa de las susodichas partes, y que había que considerar que este barco recogió el oro, plata, mercaderías, pasajeros y tripulantes del galeón San Pablo que venía de Nombre de Dios (Panamá), y por esto venía sobrecargado. De todo esto las partes no tuvieron nada que ver, por lo tanto consideraban que no tenían que pagar los 3.500 ducados.
El año siguiente la mujer e hijos de Julián de Goyceta reclaman al fiscal de su majestad la cantidad de 3.600 ducados de lo salvado de la nao por el valor de la misma y los intereses. De todo el tocho de documentos con más de 100 folios que esta reclamación tiene, resalta que el galeón San Pablo venía de Nombre de Dios con mucha cantidad de caudales que fueron trasbordados al San Salvador. La viuda afirma que el galeón de su marido tenía más de 500 toneladas, o sea, una eslora de aproximadamente 35-38 metros.
Los naufragios de las playas de Zahara y de Carrapateira no fueron olvidados del todo. En 1565 la administración llega a un acuerdo con un tal Juan Palomino para que vaya a sacar las cargas de estos dos lugares. El 8 de abril de este año, desde Aranjuez el rey otorga la licencia para autorizarle a sacar el oro y la plata.
En este documento se le llama al San Salvador naufragado en Buarcos La Condesa, cuyo maestre era Diego García (ignoro la razón del por qué se le llamó de esta forma), pero esto será interesante para futuros acontecimientos comenzados en 1990. Volviendo a Palomino, se le obligaba llevar a su costa un escribano (notario), una persona nombrada por los oficiales de la Casa de la Contratación en calidad de veedor (inspector). Palomino se quedaba con la tercera parte de lo sacado.
No he podido encontrar más documentos que puedan dar una cierta idea si Palomino tuvo éxito en sus operaciones de rescate, pero a juzgar por una carta del 9 de octubre de 1567 escrita en Cádiz por Antonio de Ávalos, parece que no por los menos en la Carrapateira, pues dice así:
Ilustres señores, Vicente Hernández Aragoces, que esta dará a vuestras mercedes, me ha dicho que el fue por carpintero en la nao del capitán Martín de Artaleco que fue una de las del armada que llevó a las Indias don Gonzalo de Carvajal el año pasado de quinientos cincuenta y seis, y que viniendo esta nao de tornaviaje se perdió en la Garrapatera, cuatro leguas de Lagos, con setenta y tres cajones de plata y oro. Y que el sabe bien el lugar y parte donde se perdió la dicha nao y yendo con buzos se podría sacar mucha cantidad de ello, porque la nao, según dice, se perdió en derecho de una peña, desviado de donde estaban las anclas, hacia Lisboa, en distancia de doce brazos de longura [largura], y los buzos que en aquel tiempo fueron por orden de vuestras mercedes, solamente buscaron donde estaban las anclas…
Catorce años después del naufragio aún había líos con deudas pendientes para cobrar. En Sevilla, el 9 de julio de 1569, los oficiales reales de la Casa de la Contratación ordenan al alguacil de la misma que se encargue de cobrar a cada uno de los deudores de la avería sobre la armada de Carvajal que en 1555, etc. etc. Destaca que solamente se aplica a la capitana, pues del otro barco, al no aplicarse, se deduce que nunca se recuperó nada. Les advierten los oficiales al alguacil que en caso que no paguen las cantidades expresadas, los prendan, los traigan y los pongan presos en aquella casa, y si se hubieran muerto o estuvieran ausentes que se les saquen prendas.
Hasta aquí los acontecimientos sobre los dos naufragios de las playas de Buarcos y de Carrapateira. No hay indicios que posteriormente nadie haya recuperado las cargas de estos dos naufragios.
En octubre de 1990 publiqué un artículo científico en la revista del mar italiana Mondo Sommerso cuyo titulo era: Quei tesori dimenticati (Aquellos tesoros olvidados) sobre estos dos naufragios. En aquel entonces el nombre que yo pensaba tenía el barco que naufragó en la Carrapateira era La Condesa, por aparecer en el documento del acuerdo con Juan Palomino de 1565, ya que con anterioridad, la investigación que emprendí fue bastante superficial, si bien rigurosa, así que la bauticé, sin saberlo, con este nombre. Lo que este artículo desencadenó, sinceramente, nunca me lo hubiera imaginado... (Próximo artículo)
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