Maldivas que no Malvinas, son el destino de viaje más deseado por todo buceador que quiere vivir la experiencia de sumergirse en el paraíso. Islas pequeñas sin automóviles, una isla un hotel, aguas claras y cálidas, fauna espectacular que reúne a los grandes pelágicos con los delicados y exuberantes peces tropicales, infinidad de corales. Vida y color en un entorno que hace del sueño la realidad. Una realidad que ha experimentado nuestro amigo Xavi, un catalán antropólogo que ha vivido durante doce años en estas paradisíacas islas, recogiendo datos sobre la cultura, la lingüística y el folklore local, además de trabajar para el ministerio de educación de Maldivas y para la OIT en el programa de desarrollo de la artesanía local. De su mano iremos conociendo en tres capítulos, la historia (I), el desarrollo y apogeo del buceo en el archipiélago (II) así como la situación actual (III).
Las islas Maldivas se hallan en pleno Océano Índico, en la zona ecuatorial. Ocupan una extensión muy grande, lejos de los continentes, y las aguas que rodean el archipiélago son muy profundas. Los atolones se alzan abruptamente desde el lecho del océano, formando estructuras más o menos circulares de diversos tamaños y formas. El atolón medio es de unos 50 Km. de diámetro y contiene una laguna interior de entre 30 a 40 metros de profundidad. Al encontrarse a mucha distancia de las costas afectadas por las descargas de sedimentos de los grandes ríos del sur de Asia, las aguas son muy claras. Existe, eso sí, cierto enturbiamiento estacional del agua cuando ciertas corrientes agitan zonas donde se dan depósitos de sedimentos fangosos en los atolones.
Las Maldivas han sido un país relativamente aislado que durante muchos siglos se ha mantenido al margen de conflictos y cambios históricos. A pesar de la espectacularidad de muchos de los fondos y de la diversidad de la fauna marina, el buceo se desarrolló relativamente tarde en el archipiélago maldivo.
Según los maldivos, el primer buceador en sus aguas fue Sató, un japonés que se ha convertido en un mito local. Es difícil obtener información verídica sobre Sató, porque todo lo referente a él ha sido transferido por la imaginación de la gente de las islas al reino de lo fantástico. A Sató se le atribuyen absurdas proezas y una muerte trágica a manos de un cangrejo gigante. Es difícil averiguar cuando llegó a las islas. Analizando lo que dicen los viejos que preservaban las tradiciones locales, lo más probable es que Sató hubiera estado en las Maldivas hacia 1950, aunque es imposible saberlo con certeza.
La expedición del Xarifa de Hans Hass llegó en 1959 a este archipiélago y realizó importantes descubrimientos. Hass e Irenäus Eibl-Eibesfeldt tuvieron ante sus ojos parajes prácticamente vírgenes. En los fondos arenosos de las lagunas centrales, descubrieron unas anguilas de aspecto frágil que viven en tubos dejando oscilar su cuerpo a merced de la corriente. Forman verdaderos “campos” en algunos fondos llanos y arenosos del interior de los atolones. A Hass, un veterano del buceo ya en aquella época, le intrigaron aquellas anguilas que se escondían nada más se acercaba. Después de que se lograra capturar algún ejemplar, Wolfgang Klausewitz y Eibl-Eibesfeldt las bautizaron con el nombre científico de Xarifania Hassi. Xarifania en honor al barco que llevaba la expedición y Hassi en honor al famoso buceador, (fue cambiado mas tarde a Heteroconger Hassi).
En aquel entonces no existía turismo en las islas Maldivas. Mientras que el desarrollo del turismo en otras zonas de Asia empezó hacia 1960, una comisión internacional del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, recomendó al gobierno de las Maldivas que no se desarrollara el turismo en base a lo pluvioso del clima y a lo precario de las comunicaciones. Es cierto que en aquellos años no había electricidad en el archipiélago, a excepción de la base de la Fuerza Aérea Británica de Gan, en el atolón de Addu. Hulule, la isla que hacía de aeropuerto de Male': tenía entonces, solamente una pista de aterrizaje de hierba demasiado corta para los aviones de pasaje comercial. Por estas causas, entre otras, en las Maldivas las primeras islas turísticas abrieron sus puertas solamente a mediados de la década siguiente. Fue un comienzo de pasos inciertos. Los primeros turistas hacían escala en Colombo, Sri Lanka, para tomar el avión de hélice HS 748 que les llevaría al precario aeropuerto de Hulule, un pequeño cobertizo y un par de chiringuitos al oeste de la pista de aterrizaje, con un muelle de madera en el que se amarraban los “donis”. (Los donis eran las elegantes barcas de pesca maldiva), que se encargaban del traslado de los turistas a su destino.
Las primeras islas que se dedicaron al turismo se encontraban cercanas a Male', la capital. Islas como Kurumba, Bandos y Vilingili fueron muy rápidamente seguidas por otras. Cada una de esas islas era un hotel, de infraestructura muy sencilla. Las islas turísticas constaban de unos cuantos bungalows pequeñitos situados entre arbustos y palmeras, a pocos metros de la playa, además de unos pocos edificios principales: el restaurante, el bar, las oficinas y el alojamiento de los trabajadores. La electricidad la suministraba un pequeño generador que se conectaba solamente después de la puesta de sol, hasta el alba.
El problema era que, aparte de ir a la playa durante el día no había nada que hacer. Las islas eran pequeñas y uno se quedaba en su isla; no se estilaba el ir de una isla a otra y, de todas formas, no había vida nocturna en el país. Así que, si el turista en cuestión no venía con un buen grupo de amigos, las doce horas de noche tropical se podían hacer muy largas. Muy pronto, pues, empezó la búsqueda de actividades para que los turistas no se sintieran como unos náufragos, abandonados en un rincón solitario del planeta. Entre las cosas que se intentaron la que mejor funcionó fue la promoción del buceo.
Muy poco después de la inauguración de las nuevas islas-hotel llegaron a las Maldivas profesores de buceo pioneros, que poco a poco, y venciendo toda una serie de adversidades burocráticas y de índole cultural, se fueron estableciendo en cada una de las islas. La fórmula de centralizar la escuela de buceo en una isla y recoger buceadores en las diferentes islas, promovida al principio, no cuajó. Cada isla defendía celosamente su grupo de turistas y el director no veía con buenos ojos que “sus” huéspedes fueran a hacer actividades regularmente a otra isla.
Así nacieron las escuelas de buceo típicas de las islas Maldivas. El profesor de buceo tendría su propia base, junto con su equipo completo, según los contratos a cargo de la dirección de la isla o instalados por una empresa. La mayoría de los instructores de buceo eran alemanes, aunque había también algunos de otros países europeos y algún que otro norteamericano o australiano. El profesor de buceo era en muchos casos el único extranjero con residencia permanente en la isla, la dirección y los servicios corrían a cargo de personal maldivo. En otros casos, en las pocas islas en las que el director era un europeo, el profesor de buceo ya no tenía ese papel estelar.
Así en muchas islas había un joven, por lo general alemán, que animaba las veladas pasando diapositivas de fondos marinos y hablando de encuentros con mantas y tiburones. Todo eso se hacía en el bar de la isla, por lo general una estructura hecha con madera y hojas de palma a la suave brisa marina tropical. Los buceadores que tuvieron la suerte de visitar islas así, disfrutaron de vacaciones en las que todo giraba alrededor del eje del buceo. Hay que decir que tal orientación no decepcionaba ni molestaba a los turistas no-buceadores, que encontraban dicho ambiente muy interesante, a falta de otras amenidades en esas islas tan básicas.
La calidad del equipo de buceo en las Maldivas entre 1975 y 1985 variaba mucho de una isla a otra. Mientras que algunas islas estaban muy bien equipadas, en otras el desgaste del equipo, la dificultad de procurar recambios y las averías de los compresores, causaban periódicamente quebraderos de cabeza. Eso condujo a que en aquella época ciertas escuelas de buceo no fueran funcionales durante ciertos periodos. Ya se puede imaginar uno la cara de ciertos turistas cuando les decían: “Lo sentimos pero hoy no se puede bucear.” De todas formas, la necesidad es la madre del ingenio, y en esos tiempos los profesores de buceo de ciertas islas, formaban un círculo de amigos. De esa forma, en casos de apuro, no era infrecuente que la base de buceo de una isla no escatimara esfuerzos para ayudar a compañeros en otras islas que tenían problemas de equipo.
Kurt, un joven alemán con su mujer india, pusieron a finales de los setenta el buceo y la aventura al alcance de los turistas de mochila. Kurt era el estereotipo del alemán, alto, fornido, de ojos azules y cabellera rubia; su mujer era una belleza de piel oscura y cabellos largos y negros., que contrariamente a las mujeres indias de la época, se vestía a la europea y nunca se la veía en sari. Tenían una barca, un compresor y un equipo muy básico. En vez de operar desde un hotel establecido, ocupaban temporalmente islas deshabitadas, en las que plantaban un chiringuito e improvisaban un pequeño campamento.
Cobraban módicos precios porque Kurt y su esposa proveían un servicio un tanto precario y la comida era espartana. No obstante, quien había buceado con Kurt, eso sí, sin ninguna medida de seguridad, y participado en sus veladas con guitarra al lado de la hoguera en una isla desierta con luna llena o cielo estrellado, juraba que no había mejor manera de conocer las Maldivas. Hacia 1981 el gobierno decidió acabar con el turismo mochilero, la improvisación y la falta de seguridad, para ejercer un mayor control sobre los hoteles establecidos. A Kurt y su mujer les dieron dos días para abandonar el país y tuvieron que vender su barca y su equipo de buceo a toda prisa. Alguien debió hacer un buen negocio, pero una página de la historia del turismo en las Maldivas se había cerrado...
Xavier Romero-Frias