...En su libro titulado The power of gold ( El poder del oro), escrito por Peter L. Bernstein, afirma el autor, cuando describe las propiedades del oro y donde está, que: There is a residue that rests quietly in shipwrecks at the bottom of the seas (Hay una parte que descansa tranquilamente en los naufragios en el fondo de los mares) (1). Y no está muy equivocado Mr. Bernstein.
...1554 y 1555 fueron dos años plagados de naufragios con enormes perdidas de caudales. En 1554 naufragaron tres barcos en Padre Island (Texas), el San Esteban, el Santa María del Carmen y el Santa María del Yciar. Para recuperar las cargas se emprendieron sendas operaciones de buceo coronadas por un modesto éxito y donde no faltaron aventuras dignas de notas.
En
noviembre de 1554 zarpó la
flota del puerto de La
Habana. A lo largo del
tornaviaje a España varias
embarcaciones se perdieron
en la costa de Florida, en
alta mar y finalmente, la
capitana Santa Cruz
naufragó en la playa de
Zahara, localidad
cercana a Barbate. Cabe
destacar que en sus bodegas
venía seguramente un triple
cargamento, ya que a lo
largo del viaje la primera
capitana, llamada San
Andrés,
al hacer agua fue abandonada
pasando toda la carga a la
Bretendona,
que a su vez fue dejada en
alta mar, volviendo a
trasladarla a la nombrada
Santa Cruz,
cuyo
dueño era Cosmé de Buytron y
capitán general Cosmé
Rodríguez de Farfán,
transportando de esta manera
un triple cargamento. La
noche del 22 de enero de
1555 naufragó este barco en
la mencionada playa de
Zahara. Inmediatamente se
emprendieron las pertinentes
operaciones de rescate de la
carga. Destacaba una curiosa
manera de efectuarla. Desde
tierra se tiraba al agua un
rastrillo con una red
colocada atrás, a modo de
bolsa y todo tirado desde
tierra con un cabestrante,
pudiendo penetrar en la
arena dos palmos. De esta
manera se “pescaba” la carga
suelta que el mal tiempo
había empujado hacia la
playa. Digno de nota fue el
hecho que el contrabando era
“escandalosamente” abultado.
Como ocurrió muy a menudo
cuando hubo naufragios en
lugares cercanos a
poblaciones, los
desgraciados náufragos que
pudieron alcanzar tierra más
muertos que vivos, fueron
despojados de sus
pertenencias. En la
desgracia perecieron más de
200 personas. Con toda
seguridad quedo por
recuperar buena porción de
la carga, puesto que en 1565
propuso el rescate de esta
Juan Palomino. De esta misma
flota naufragó en la costa
de Conil otro barco con
caudales. Considerable fue
el oro que venía fuera de
registro. Otro barco de esta
flota se perdió en la playa
de Caparica, al sur de
Lisboa.
Perdidas de naos y galeones los hubo a centenas en todos los países ribereños del océano Atlántico español, pero muy curioso es saber que también se perdieron barcos y cargas en el río Guadalquivir. En 1553, se perdió en Coria, localidad cercana a Sevilla, la nao San Bartolomé. En 1561, en San Juan de Aznalfarache fue el turno de perderse a la nao Santo Antonio. En 1563, nuevamente en Coria, más precisamente en el bajo llamado Albalí (como a legua y media de la capital bética) se perdió la nao de 250 toneladas que venía de Tierra Firme San Salvador y este mismo año, pero a dos leguas de Sevilla, la nao de Pero López.
En 1592 una enésima tragedia en serie. La armada y flota de Tierra Firme al mando del general Francisco Martínez de Leyba es sorprendida por una fuerte tormenta el 19 de marzo cuando estaba a punto de zarpar. La nao Santa Catalina de Juan Bautista Musdiente se perdió en el bajo del Salado. La de Osorio (Nuestra Señora de Loreto) fue a dar al Estero de la Carraca. La San Alberto de Pedro Márquez fue a dar a la “cabeza de Arraez” yendo al fondo. Tres urcas que habían venido de levante también se perdieron. En el “ostial” naufragó la nao nueva de Camacho (no identificada). En el bajo del Diamante varó la nao de Desoto (no identificada) con un arqueo de 600 toneladas. Para terminar la lista, la San Pedro de Blas Milanes también varó. Tenía 500 toneladas. En el tornaviaje de 1593 varios barcos de la carrera de Indias se esfumaron en la inmensidad del Atlántico y del Caribe.
Ya entrado el siglo XVII, engrosa la lista de perdidas cuatro galeones de la armada de Tierra Firme al cargo del general Luís Fernández de Córdoba y Sotomayor. Cuando navegaban desde Cartagena de Indias para La Habana les sorprendió una violenta borrasca y desaparecieron la capitana San Roque, la almiranta Santo Domingo y los galeones San Ambrosio y el Nuestra Señora de Begoña, los más ricos de la flota (5) Posteriormente se emprendieron varias expediciones para localizarlos, pero todo fue en vano. No hubo ni rastro de los cuatro barcos.
El idílico Coto de Doñana no fue ajeno a las tragedias de los naufragios. En 1612 se perdió en el paraje de la Fuerza el patache de Campeche llamado Nuestra Señora de la Consolación en su tornaviaje. Con sus 180 toneladas, era su maestre Pedro de Urbina. Este mismo año naufragó en la barra el galeón de 400 toneladas San Esteban en su tornaviaje de Nueva España. Sobre el Carbonero se perdió también la nao que venía de Puerto Rico San Pedro y las Angustias.
La localidad de Chipiona, muy concurrida en verano, con su playa de Regla, ha sido a lo largo de la carrera de Indias mudo testigo de varios trágicos sucesos marítimos. En 1525 se perdieron un galeón y cuatro naos de Francia en las peñas. En el año de 1611 naufragó la nao Nuestra Señora de la Caridad viniendo de Honduras y la misma suerte y el mismo nombre en 1615, ya que naufragó el galeón de 350 toneladas Nuestra Señora de la Caridad, con todas las riquezas a bordo que fueron embarcadas en Honduras, pues era la almiranta de esta flota. Nos dicen los documentos que ocurrió la desgracia en la playa de Regla “entre las peñas”. El legajo numero 2135 de la sección Contratación del archivo de Indias corresponde al registro de carga de este barco, que naufragó en el mes de diciembre.
En 1619, debido a la presencia de holandeses hostiles en aguas de las islas Filipinas y aún en el Pacifico, se aprestó una armada especial para que fuera a socorrer aquellas partes del desmesurado imperio español. Para esto fueron enrolados varios pilotos portugueses conocedores de aquellos mares. Zarpó la armada desde Cádiz el 21 de diciembre con la orden de dirigirse a las islas Filipinas doblando el estrecho de Magallanes sin tocar ningún puerto de Brasil. La mandaba el general Lorenzo de Zuazola y Loyola. Para sufragar gastos de apresto, se permitió a los comerciantes embarcar caudales, obviando al comercio de Filipinas, que se realizaba a través del "virreino" de Nueva España.
Los primeros días de
navegación transcurrieron
apacibles y sin sobresaltos,
pero hacia el final de
diciembre se desató una
terrible borrasca del
suroeste que maltrató mucho
a las embarcaciones. Estas
tomaron la vuelta de la
costa de Marruecos, y debido
a la fuerte corriente fueron
empujadas hacia el estrecho
de Gibraltar. Pero Zuazola
tomó la decisión equivocada
de poner rumbo hacia mar
abierto, cuando lo correcto
hubiera sido entrar en el
Mediterráneo. El día 2 de
enero de 1620, los galeones
San Juan Bautista,
capitana con 728 toneladas,
San Francisco,
almiranta con 590 toneladas
y el San José
con 568 toneladas,
se hallaron sobre los bajos
de cabo Trafalgar. La
capitana varó y se deshizo
en la playa de Meca, sobre
el arroyo Sahona. No muy
lejos y en la misma playa se
perdió la almiranta. El
San José
se perdió en la playa de
Bolonia. Otros dos de la
misma armada, el Santa
Ana la Real,
de 600 toneladas, zozobró en
el estrecho de Gibraltar y
el Nuestra Señora de
la Antigua
fue a parar a la playa de Almuñecar. Los documentos de
la época destacan la gran
cantidad de caudales que
trasportaban.
El 8 de septiembre de 1628 la flota de Nueva España al mando del general Juan de Benavides se hallaba cercana a Matanzas, en la isla de Cuba. Con las primeras luces del día avistaron una imponente flota de 32 velas holandesas. Vista y considerada la inferioridad numérica, optó Benavides por dar las oportunas ordenes para varar los barcos en una cercana playa e incendiarlos para que no cayeran en manos enemigas sus tesoros, como en efecto se hizo, pero a pesar de todo los bátavos pudieron hacerse con un considerable botín. Como siempre, al hacer recuento de lo registrado y recuperado los números no cuadraron y el contrabando, sobre todo en oro, fue escandaloso. En la actualidad corren rumores en Cuba de los tesoros que fueron escondidos en el valle de Yamuri, localidad cercana al lugar de las varadas de los barcos españoles.
En 1631 desaparecieron por una gran tormenta en el golfo de Campeche (México) la capitana de la flota de Nueva España, Santa Teresa y la almiranta Nuestra Señora del Juncal al mando del general Miguél de Chazarreta. Figura por los documentos de embarque del puerto de salida reflejados en una lista a modo de resumen, que transportaban en caudales, la primera 1.077.840 pesos y la segunda 833.288. Además, de la Real Hacienda (sin especificar cuanto en cada una) 1.447.858. Normalmente la carga del erario se repartía al 50% entre capitana y almiranta, así que el total de lo declarado entre los dos galeones montaba la cantidad de 3.358.986 pesos (este documento está depositado en la sección México, legajo 31, del archivo de Indias). Pues bien, para desesperación del monarca español, llega una misiva escrita por los oficiales reales de México el 26 de mayo de 1632. En ella comunican la triste noticia de que las perdidas de caudales fueron superiores a los 14 millones (de pesos) y que todo fue debido a la temeridad del almirante Manuel Serrano por haber salido el 18 de octubre (AGI, sección Contratación, legajo 5117). Los dos galeones fueron a pique, la Juncal a 8 leguas al norte de Cayo de Arcas y de la Santa Teresa nada se supo, pues no hubo sobrevivientes. Con el mismo mal tiempo naufragó en la costa de Tabasco la nao de 700 toneladas San Antonio. De este barco se pudo recuperar casi toda la carga (6).
1641 fue otro año
trágico para los hombres de
mar de la carrera de Indias.
La almiranta de la flota de
Nueva España, el galeón
Nuestra Señora de la
Limpia y Pura Concepción,
vulgarmente llamada
Concepción, varó en los
bajos de los Abrojos,
República Dominicana el 30
de octubre por un error de
estima de los pilotos. La
mayoría de los náufragos
murieron de hambre o fueron
comidos por los tiburones.
Otros más afortunados fueron
despojados por piratas
ingleses de sus pertenencias
y dejados más
muertos que vivos en tierra
firme. El almirante Juan de
Villavicencio logró salvarse
embarcando de manera
rocambolesca en la lancha
del galeón junto con otras
personas. Devorados por la
sed lograron a duras penas
llegar a tierra
en la isla Española
y darse cuenta del error de
los pilotos, ya que estos
pensaron estar a la altura
de Puerto Rico y haberse
perdido en la Anegada. En
1686 el atrevido William Phips
organizó
una operación de rescate y
desde Londres zarpó hacia
los Abrojos recuperando una
buena porción de la carga.
Enterado el monarca
español, una lluvia de
reclamaciones fueron
presentadas al monarca
inglés, alegando ya en aquel
entonces, que la carga nunca
fue abandonada, porque se
emprendieron varias
tentativas para localizarla
y rescatarla.
La capitana de la misma flota, llamada San Pedro y San Pablo, al mando del general Juan de Campos tuvo otro trágico destino. En los primeros días de diciembre se perdió en la barra de Sanlucar, sitio llamado “La Galonera”. Posteriormente se emprendieron varias campañas de buceo que fueron coronadas de un relativo éxito. Sin embargo, en 1665 se ofreció Juan Reinao y Juan de Iglesias para recuperar lo que quedaba en el plan del barco, demostrando que no se pudo recuperar la totalidad de ella en las primeras campañas realizadas desde 1642 hasta 1644. Es interesante saber que una de las mayores dificultades de aquella época era la de sacar la carga que quedaba en el plan de cada barco, pues esta parte de la estructura normalmente quedaba enterrada en la arena y asomaban clavos y hierros peligrosos para el manejo de los buzos.
1654, 55, 56 y 1657 fue otro periodo con copiosas desgracias para la historia marítima hispana. En 1654 se perdió en Manila, Filipinas, el galeón San Diego. Este mismo año encalló la capitana del mar del sur Jesús, María Concepción en el bajo de Chanduy, Ecuador. En 1655 fue la vez, en el puerto de Boronga, Filipinas, del galeón San Francisco Javier. En enero de 1656 se fue a pique en los Mimbres (islas Bahamas) la almiranta de Tierra Firme Nuestra Señora de las Maravillas.
El 19 de septiembre de este
mismo año, la escuadra del
capitán Marcos del Puerto,
que previamente venía de
Cartagena y La Habana, fue
interceptada enfrente de
Cádiz por una flota inglesa
al mando de Robert Blake.
Tras
un cruento combate los
británicos capturaron el
galeón Jesús María y
José
y a otro barco más. Los
capitanes de las urcas
San Francisco Javier
y de la Nuestra
Señora de la Victoria
optaron por incendiar sus
barcos para que no cayeran
en manos de los herejes
ingleses los caudales que
transportaban. La primera
urca llevaba unas 25
toneladas de metales
preciosos. Al explotar toda
la carga y artillería se
fueron al fondo. El casco
medio quemado fue a dar a
la playa de la Victoria de
Cádiz, entonces llamada como
El Vendaval. En 1985
presenté una propuesta de
recuperación de la carga
como apoderado para España
de la cooperativa Aquarius,
pero no fue aceptada.
1.500.000 pesos siguen
el el fondo del mar a unos
27 metros de profundidad.
En 1657 la flota de Nueva España al mando del general Diego de Egues arribó forzosamente a Santa Cruz de Tenerife, debido a la presencia de una potente flota inglesa que rondaba por las aguas de Cádiz. Tras descargar todos los barcos, hubo un combate con los enemigos y se perdieron varias embarcaciones. Posteriormente se sacaron 102 piezas de artillería. A final de 1657 la urca La Fama Volante, que transportaba desde Tenerife 300.000 pesos de los de la flota de Egues que fue sorprendida por barcos ingleses, optando su capitán por varar su barco en la barra de Huelva, como a 3 leguas de esta ciudad. Toda la carga fue echada el agua y aún sigue allí.
A lo largo de todo el mes de
noviembre de 1660 se
desencadenaron varias
tormentas en la bahía de
Cádiz, En varios documentos
se le define como de
“cruel”, y fueron tan
violentas que el navío
La Bendición de Dios
naufragó en Rota. El Jesús María
se perdió en El Salado y
otros cinco en la misma
bahía. Una almiranta de
Génova y otro barco más de
esta ciudad se hundieron con
toda la carga de caudales.
En la primera fueron
embarcados más de un millón
de pesos y fue a dar al
paraje de Santa Catalina,
donde se perdió. Los
oficiales reales de la casa
de la contratación avisaron
del inconveniente de
juntarse en Cádiz los barcos
de flota llegados de América
y los de otros países, ya
que se trasbordaban caudales
con grave perjuicio del
erario estatal, como fue el
caso de los dos barcos
genoveses mencionados.
La historia de la perdida del navío mercante Nuestra Señora de la Soledad y San Salvador es digna de nota por el elevado contrabando que en sus bodegas transportaba y la picaresca. Fue su capitán Nicolás Justiniano de Chavarri, caballero de la orden de Calatrava. Conseguida licencia para emprender viaje a Santa Marta (actual Colombia), obrando maliciosamente tomó rumbo para Cartagena de Indias y se dirigió luego (sin autorización) a la isla de Guanaja (actual Honduras) donde cargó, entre otras cosas, 800.000 pesos.
A las 9 de la mañana del 18
de junio de 1662 se hallaba
el barco sobre cabo
Trafalgar sin poder entrar
en Cádiz o Sanlucar por ser
el tiempo contrario. A esta
hora avistaron cinco
embarcaciones de moros que
venían del estrecho.
Seguidamente fue atacado y
su capitán, por falta de
viento para poder maniobrar,
optó por varar en la playa
de Bolonia, donde se perdió
sobre las peñas llamadas
“Las cruces”. Vista la
situación, desde cubierta
comenzaron a tirar al agua
todos los cajones con
caudales. Pasado el susto y
verificado por las
autoridades judiciales lo
ocurrido, saltó a la vista
el elevado contrabando que
el barco transportaba,
siendo definido el caso como
“muy grave”. Montaba este navío 36 piezas
de artillería y tenía 600
toneladas.
La almiranta de Tierra Firme Nuestra Señora de las Mercedes. Un caso sonado de contrabando.
Dialogar con Fernando Serrano Mangas siempre ha sido y es un inmenso placer. Desde 1986 nos une una gran amistad y mutuo respeto. En 1991 salió publicado su interesante trabajo titulado Naufragios y rescates en el tráfico indiano en el siglo XVII (7). Entre los varios naufragios que la obra relata y las operaciones de rescate, destaca el de la almiranta Nuestra Señora de las Mercedes, que el 13 de diciembre de 1698 varó en unas peñas en la playa cubana de Sibarimar, a unas siete leguas de La Habana. De esta gran operación de rescate (fue realizada con éxito en nueve meses) destacó el elevado numero de caudales que vinieron embarcados fuera de registro. Algo más de 11 millones de pesos aparecieron al hacer recuento de lo recuperado. Lutgardo García Fuentes en su obra El comercio español con América 1650-1700 (8), al reportar las cifras de importaciones de caudales en los galeones de Tierra Firme del año de 1698, apunta la cantidad de 280.710.800 maravedíes, es decir, aproximadamente 1.032.000 pesos, los cuales están muy lejos de las cifras reales, si bien, a decir verdad, avisa García que faltan datos completos para conocer la realidad, pero aún considerando que los 11 millones recuperados fueron enviados a España posteriormente, si llegaron en 1698 los otros barcos que componían la conserva de esta armada. Si la almiranta trasportaba 11 millones de pesos la capitana con toda seguridad llevaba igual cantidad, o sea 22 millones de pesos entre las dos, los cuales, si aplicamos la formula 70-30%, nos daría 15.400.000 pesos de plata (415.800 kilos) y 6.600.000 pesos de oro (11.137 kilos), del cual la mitad, 5.568 en la almiranta Mercedes, pues aparecieron “chorros” de este metal, ya que muy poco se declaró a la salida y cantidades desmesuradas fueron recuperadas del casco.
(1) Bernstein, Peter L.: The power of gold. John Wiley & Sons. New York. 2000, pag. 3
(2) Archivo General de Indias. Sección Contratación, legajo numero 5108
(3) Lorenzo Sanz, Eufemio: Comercio de España con America en la época de Felipe II. Servicio de Publicaciones de la Diputación provincial de Valladolid. Valladolid 1979. Vol. II, pag. 390
(4) Bonifacio, Claudio. Galeones con tesoros. Muñoz Moya Editores Extremeños. Brenes. 2007. Pag. 42
(5) Bonifacio, Claudio, op. cit. pag. 75
(6) Bonifacio, Claudio, op. cit. pag.114
(7) Serrano Mangas, Fernando. Naufragios y rescates en el tráfico indiano en el siglo XVII. Sociedad Estatal Quinto Centenario. Madrid. 1991 pag. 69
(8) Garcia Fuentes, Lutgardo. El comercio español con America 1650-1700. Escuela de Estudios Hispano-Americanos. Sevilla. 1980, pag. 403
Próximas entregas: naufragios de los siglos XVIII y XIX y cuentas del patrimonio cultural-económico sumergido de España.
© Claudio Bonifacio 2010
Articulo en Primicia para
ESCAFANDRA electrónica